domingo, 25 de agosto de 2013

Entonces

Cuando pase el tiempo y todo esto
no sea más que un puñado de cenizas
de un incendio que logramos sofocar,
cuando hayamos dado por imposibles
nuestros esfuerzos por enterrarlo en el olvido
y hayamos aprendido a convivir y sobrellevar
las ganas perpetuas por no recordar,
entonces se nos escaparán sonrisas,
nacerán nuevos sueños, perderemos
el temor entre los escombros y el humo.

Cuando llegue el día en que solo queden
recuerdos en rincones oscuros de la memoria
como souvenirs de cerámica que uno guarda
en el fondo amargo de los cajones menos usados,
y ya no exista nunca cicatriz en carne viva,
ni dolores postraumáticos de agujas y espinas,
ni cansancios en horas punta de impotencia,
entonces, solo entonces, sentiremos el orgullo
de la victoria más dura, el intenso sabor
del saberse superviviente de un atentado biológico.


jueves, 8 de agosto de 2013

Lugares comunes: Las playas.

Imagen: Ciudadano B, "La pescadora de sirenas".

Cebos para pescar sirenas


Hace mucho que decidió no ser princesa [es difícil serlo cuando no tienes palacio y vives en el extrarradio] y desde quinto de primaria es alérgica a la lucha atroz de peinarse el pelo. Las cosas desordenadas deben permanecer desordenadas para conservar la esencia, se dice cuando cada mañana se mira al espejo del cuarto de baño. Nunca fue de cuentos de hadas y siempre ha tenido animadversión a las gominolas. 

Desde su último desencuentro con una policía nacional [piso propio, vida ordenada, estabilidad emocional], a la que conoció tras una manifestación y de la que, por mantener su esencia desordenada, acabó huyendo de su vida cuatro meses y medio después [piso propio, vida ordenada, estabilidad emocional], había decidido cambiar de universo, escapar de la urbe.

Ahora, se le ve alguna que otra tarde en la playa, dispuesta la caña y la paciencia, con la mirada perdida en algún punto concreto de su horizonte. Ha cambiado de objetivos -nada de policías, ni uniformes, ni piso propio, vida ordenada, estabilidad emocional -y apunta más alto: cumplir sueños, sonreír más, ver atardecer. Ha decidido [como si esas cosas pudieran decidirse] que la próxima vez se enamorará de una sirena. Piensa que los atardeceres en la playa son lugares especiales para conocer a la mujer de tu vida, y así la espera, pescadora solitaria, toalla de rayas, pan bimbo envuelto en papel albal y una búsqueda sin resultados en el navegador del móvil: "Cebos para pescar sirenas".

En este atardecer sin olas, su sirena aún no ha picado. En el Ipod, Wilco le guiña un ojo. Las sirenas deberían cantar esa canción.



sábado, 20 de julio de 2013

Lugares comunes: Pasos de cebra (2)

Pasos de cebra
·Historia fugaz de amor frugal en el semáforo del Corte Inglés·

¿Qué se le dice a la mujer de tus sueños
si no la conoces de nada,
si sólo has compartido con ella
el tiempo que tarda un semáforo?


      Rojo peatón. Tuve que detenerme en seco y entonces, los coches.

          Al otro lado la descubrí. A Ella. Porque Ella no tenía nombre. La contemplé despacio, entre coches con prisas laborales, luces de neón, gentes de martes por la tarde, invierno, bufandas con olor a hojarasca, motocicletas con faringitis. Las cebras urbanas, etcétera. Cuando vi sus ojos sorprendí su mirada. Ella también me observaba y yo tampoco tenía nombre.

           Lo nuestro era imposible. Y supongo que los dos lo pensamos en ese momento inicial, en el encuentro fortuito, furtivo, quizás obsceno. Frente a frente, las miradas encendidas eran desafiantes –quién puede más –su pelo rubio, recogido, los labios odiosamente deseables, el cuello como una puerta abierta al infinito... Yo soñaba en blanco y negro sus besos, y ella me mostraba sin compasión el erotismo de su pupila, el rojo-pasión del semáforo, la ternura de sus labios; mantenía sus ojos en mí, retándome a la locura, empujándome al atrevimiento, dándome motivos para la valentía: “Yo pongo las normas: si me dices algo, te regalo un beso”, ella era la reina blanca... yo el rey negro y el asfalto un tablero bicolor de sesenta y cuatro cuadrados. Lo nuestro, definitivamente, era imposible.

               Entonces, automóviles que frenan y verde peatón. En instantes de segundo tenía que decidir por qué rayas optar, negras, blancas, negras... mejor blancas. La crueldad de las decisiones. Tomar decisiones, blanco o negro, éxito o fracaso, todo o nada... y, sin embargo, quizás no haya nada tan decisivo... tal vez el éxito y el fracaso no son resultados de las decisiones sino designios del azar. De cualquier manera, opté por blancas, confiando en que su decisión hiciera unirnos en el centro del paso de cebra, en la misma franja, el mismo color... Adelante.

            La marea de gente se lanzó a la conquista de la otra orilla y nosotros, ambos, decidimos comenzar el abordaje. Nos acercamos el uno al otro, entre procuradores, funcionarios, contables, fontaneros, amas de casa y demás habitantes de los pasos de cebra. Yo, pendiente de no pisar las franjas negras y sin dejar de mirar sus ojos, ella amenazando con conquistarme a algo más de un metro de mí. Me lancé a la búsqueda de palabras para decirle que ella era mi “ella”, esa mujer que todos buscan y que nadie encuentra.

Mentalmente trataba de pensar algo que decirle, pero.

Sí: “pero”. Porque… qué se le dice a la mujer de tus sueños si no la conoces de nada, si sólo has compartido con ella el tiempo que dura un semáforo. Se quedó frente a mí, franja negra, peatón intermitente. Nos limitamos a mirarnos, desconocidos en franjas de diferente color y perdidos en las calles de la ciudad sin nombre, sin poder decirnos nada porque nada se dicen los que de nada se conocen. El tiempo se quedó congelado y nos dejó frente a frente sin poder hacer nada, sólo continuar cada uno su camino hacia la otra acera... porque quizás aquello había sido imposible desde el principio, tal y como habíamos pensado. Sí, yo también me dije esas mentiras. Tantas y tantas veces.

Y así, sin más, nos dejamos pasar el uno al otro, perdiéndonos entre la gente, como un ciudadano más, esperando nuevas batallas que, por supuesto, volveremos a perder. Decepcionados con la oportunidad huida, la fugacidad de los semáforos.

La timidez de los pasos de cebra.
Foto extraída de pensamientosdeunacebolla.blogspot.com

sábado, 13 de julio de 2013

Intemperie

Foto: David Vicente Vicente (http://vicentealcuadrado.blogspot.com.es/)

Solo sé que quiero ver pasar
los siglos y las horas a tu lado,
que odio esta casa cuando está vacía
y esta cama fría de tu ausencia.
Que se me llenan de escombros
las tardes que trabajas fuera,
las llamadas que comunicas,
que hay sombras y frío       
en los lugares que deshabitas.

Esta intemperie de ti
perjudica seriamente mi salud.

Tengo la intención de gastarme
la vida en entenderme contigo, esperar,
cada tarde, tu vuelta a casa,
compartir el portátil en el sofá
y echarte en cara en la cama
que necesito tus pies fríos
para entrar en calor. Susurrarte,
con nocturnidad y alevosía,
el sueño de una noche de tu lado.

Porque todo lo demás
son eclipses, escarchas e intemperies.

martes, 9 de julio de 2013

El puente

Foto extraída de http://www.tiempo.com/. Usuario -FiReFoX-

De repente sucede el milagro de los puentes milenarios:

La ciudad se rompe en dos, desangrándose en aguas turbulentas,

resultando dos mitades doblemente hermosas.

Apoyado en el coloso de piedra que une las dos orillas,

uno se siente:

unido

durante un instante

                 a la ciudad y su desgarro;

dividido

entre la eternidad del lugar

                 o lo fugaz del instante.

La dicotomía es dueña del aire y de las riberas.

Existen contradicciones tan bellas ante las que solo nos es posible

suspirar.


Todo lo demás fluye, río abajo.

lunes, 24 de junio de 2013

De hogueras y deseos


Cualquier día del año es bueno para encender hogueras, para quemar las naves y emprender un viaje nuevo, para comenzar de cero, para renacer de las cenizas, para pulsar el CTR+ALT+SUPR de nuestras vidas.

Cualquier día es bueno para encender hogueras, para echar a arder el montón de vacíos que nos llenan nuestra vida diaria. Tal vez logremos ver entre las llamas el fantasma de los besos que se perdieron por no darlos, el mapa de los tesoros que nos empeñamos en esconder a diario, la luz al final de este túnel apático y sin esperanza en el que se nos convierten las semanas. Alrededor de la hoguera, el rosario de personas que nos hacen persona.

Cualquier día es bueno para encender hogueras, para activar la catarsis, para los giros de 180º que arden a la sombra.

Cierro los ojos y pido un deseo: Girar, reiniciar, arder, pero contigo.


viernes, 21 de junio de 2013

Deambular

Fotografía: Paola Vaggio
http://dememoria.blogspot.com.es/

Todas las ciudades
[y ésta, más que ninguna]
se conocen deambulando,
acariciando sus mapas,
sus líneas de metro o autobús,
viendo pasar rostros
en semáforos y escaparates,
lunas de taxis, bancos de parques,
grandes almacenes, prisas
de descansos a mediodía.

Todas las ciudades
[y ésta, más que ninguna]
se conocen deambulando,
vagando, sin destino concreto,
[un flâneur en la gran manzana]
al encuentro del espíritu cosmopolita
de farolas y hormigón,
de humo y almas huidizas
que se esconden en gabardinas,
que memorizan itinerarios.

Todas las ciudades
[y ésta, más que ninguna]
se conocen deambulando.
De China Town al Soho,
pasando por el Little Italy,
para, más tarde, dejarnos fagocitar
por la Quinta, Broadway, Times Square.
Conocer una ciudad
[y ésta más que ninguna]
es deambularla contigo.





lunes, 17 de junio de 2013

Lugares donde empieza a llover

Foto extraída de http://thinkwasabi.com

Todo comienza de forma tímida y débil. Nacen pequeños círculos oscuros en los adoquines de las aceras, los capós de los coches y las tapas de alcantarillas. Un rumor imperceptible se cuelga de las farolas y los árboles, la noche se detiene en un semáforo en ámbar para dejar pasar la fugacidad de un relámpago.

En noches como esta, en las que a uno le sorprende la lluvia sentado al ordenador, en su terraza, al refugio de un toldo en el que repiquetean cariñosamente las gotas, es fácil recordar algunos de los sitios en los que una vez empezó a llover.

Recordar [o acaso querer recordarlo] una mañana de estrenar katiuskas, de Vírgenes de la Cueva, de paseos a la guardería, de desear un diluvio para, al salir, encontrar el paraíso en los charcos. Hay lluvias que nos marcan lugares con equis que luego convierten los mapas en quinielas premiadas.

Recordar alguna tarde bajando del centro por mis atajos de caminos largos, comenzar con cadencia suave de gotas en Santa Inés y castigarnos en tromba en La Magdalena, sin tiempo para llegar a casa. Libros en inglés mojados, [it's raining cats and dogs]. También alguna mañana, de las que me escapaba de la facultad, y la lluvia se asomaba a la Puerta del Perdón, limpiando los naranjos en flor, llenando de ondas minúsculas la fuente del Olivo en la que se rompía la imagen de un campanario.

Recordar noches de nubes y dudas en callejas de San Agustín, al calofrío de los inviernos y las adolescencias, las piedras que brillan porque la luna brilla, las lunas con sonrisas menguantes, la lluvia de guante blanco.

Lluvias a solas y en gran compañía, lluvias tristes y lluvias que te hacen reir. Lluvias que asustan de oscuras, que mojan por dentro, que limpian por fuera, que empiezan de a poco, que acaban con todo, que dejan las ventanas con olor a otoño en verano. Recordar todas las lluvias: la lluvia.

Recordar la lluvia en Bérgamo, en Bruselas, en París, cuando el Petit Palace era devorado por tinieblas, la lluvia con tormenta cerca de Aínsa, la lluvia-niebla de Londres y el chirimiri de Évora... La lluvia que nos esperaba al salir de la boca de metro cerca de la 5ª Avenida, y la que nos caló hasta los huesos en Gante.

Hoy, que escucho la lluvia cobijado bajo la lona gris de un toldo, desearía haber sido sorprendido, como tantas otras veces, a la intemperie y sin paraguas, y, en una katarsis improvisada, convertirme en ese pájaro mojado que se burla de mí sobre los cables de la luz. Ganas de mojarme, de ser lluvia, de desprenderme sobre la ciudad.

miércoles, 5 de junio de 2013

Día 5 de Junio, Día Nacional del Donante de Órganos


Tu ojalá
                                               (A mi receptor)


Hay una esperanza encerrada
en este no tener remedio.

Poco después de que se me apague la luz,
habrá neveras volando en helicóptero
conservando en frío una luz cálida
al final de un túnel de paciencia infinita.

Cuando lleguen a su destino
nacerán sonrisas en los bordes de la cama
y lágrimas felices y nuevas ilusiones.
Grandes alegrías y esperanzas que surgen
de los sucesos más tristes,
las desgracias que dejan soledades cansadas
y que nos demuestran que cada adiós
esconde siempre un ojalá.

Después, sin que yo ya pueda oírte,
me darás la bienvenida,
te quedarás dormido
más allá de la anestesia
y despertarás a la conciencia
de que me fui para venir a ayudarte,
de que, en efecto, encerraba tus esperanzas
en este no tener remedio.

Que este adiós inexorable al que me acerco
sea tu hálito de vida, tu alegría clínica, tu ojalá. 

lunes, 3 de junio de 2013

Boda en la ciudad (crónica).

Han quedado en compartirse todo: techo, balances, tiempo, amor.

Besos que firman alianzas, pasodobles que se disfrazan en primavera, cielos barrocos que preceden a lluvias de cereales con confeti, alegrías que nos estallan en las manos con sabor a champán. No les cansan ni los abrazos al atardecer, ni las horas, días, meses, de quebraderos de cabeza. El fin justifica los nervios y acaba también con ellos: es hora de disfrutar. La Historia se cita con su historia de amor. Fotos, flashes hacia el pasado, flores en los pasamanos de un silencio cómodo. El río que divide en dos la ciudad, les une para siempre, el Triunfo se hace felicidad, el escenario les envuelve en un laberinto de azahar y buganvillas. De pronto vuelven a la multitud.

Se han propuesto ser causa y efecto, espiral de afectos, proveedores de motivos para amar.

Al abrigo de los seres queridos, la noche avanza suave, con sabor a mostaza, vainilla y frutos rojos, se escurre por los manteles y las alegrías, se les cuela en las sonrisas contagiosas, les abraza en un vals que nos hace cosquillas a todos en el cielo del paladar. Antes, recuerdos en formato ppt, de cuando todos éramos más jóvenes, más inocentes, menos primos de riesgo, quizás igual de sensibles a la felicidad de los demás, la amistad perpetua, el verano azul de nuestras vidas. Recuerdos también de ausencias, un nudo en la garganta... y dos, y tres... respiremos hondo, la noche debilita los corazones.

Han acordado compartirse, seguir cumpliendo promesas y años, hacerse mutuamente eternos.

Poco a poco, se nos agrandan las risas, nos desborda el cariño, un dulzor incipiente comienza a rodear las palabras. Les vemos deambular, al son de la música, apurando las primeras horas de la primera madrugada. Fuera, rumor de patios y macetas añil. Dentro, estruendo en clave de pop, mojitos, hielo en escamas. Cruzan sus miradas, reiteran sus promesas, se ofrecen como refugio del otro. La noche se va alargando hasta el límite establecido, se van pidiendo treguas, varias banderas blancas, despedidas en forma de espiral,  un hit de los 80's, luces fuera, abrazos, besos, adiós.

Al final del día, quedan solos los dos y aquello que les une. Todo lo demás es lo de menos.




A Rosa y Pablo, con abrazos atrasados.

jueves, 23 de mayo de 2013

Las siete revueltas


Ocultarnos en las sombras y remolonear
entre caricias y eternidades que suceden
en la sinuosidad de los silencios
de un beso sin domesticar.
Perdernos en la espiral para poder
encontrarnos a solas.

Tú no conoces la salida y yo
puedo haberla olvidado.

Balancearte conmigo en el vaivén,
contarlas de una en una,
hasta seis [jamás hallaré la que me falta]
y acabar desubicados del mundo y la historia
y los planes de ordenación urbana.

Hay un vals oculto en el empedrado.
Solo tienes que contar conmigo.          [Un, dos, tres… un, dos, tres]

Adentrarnos en el retorcido trazado
de revueltas y solares y casas abandonadas
para quedar atrapados en el maravilloso bucle
de tus risas, mis raíces y este antiguo cielo,  
de la vida precisa en el aquí y el contigo.

Buscar la revuelta perdida.
Perdernos en Santiago.


jueves, 21 de marzo de 2013

Encefalograma

Autor de la fotografía: Amado.
Se nos llena de malvas y kilómetros este atardecer
de calor, retornos y cansancio laboral,
arañando el asfalto con neumáticos desgastados.
Calor, mp3, se nos hace tarde.
Climatizador, Just like heaven, las ocho menos 10.

Ahora somos un punto en un mapa de carreteras
que se mueve en la dirección correcta
mientras suena la perfecta banda sonora
y salen los títulos de crédito
con nuestros nombres en letras Arial Black.

Nos acercamos al destino a más velocidad
de la que marcan los círculos rojos
y más despacio de lo que me dicta la impaciencia.
Te tengo reservada la noche más bella,
mi rincón favorito también te pertenece.

Nos alcanzan las sombras de los postes eléctricos
cuando el atardecer me concede el deseo:
la ciudad recortada contra él en claroscuro,
ofreciéndome la silueta que hace tiempo
tomó como modelo mi encefalograma.

Podría decirse
que tengo actividad cerebral
de minaretes y atardeceres.



* Fuente de la fotografía: http://www.consumer.es/web/es/medio_ambiente/fotografias/2006/10/18/156549.php

miércoles, 13 de marzo de 2013

Paradas de autobús


Adoro la forma en que te sientas en la parada de autobús.
Distraída, con el móvil entre las manos y yo-qué-sé-qué en la cabeza, adoptas esa postura que a mí me resulta imposible: las piernas extrañamente cruzadas, quedando sentada tú sobre una de ellas, la de abajo, que doblas hacia tu cuerpo, y la otra, la que cruza, con el pie encima del propio asiento. Una equis perfecta, como marcando el lugar.
Cada día te observo durante diez minutos, el tiempo que suele tardar el autobús en llegar y desaparacerte. Al día siguiente vuelves como si nada: de nuevo tu postura imposible, tu aire despistado. Los viernes, sin tú saberlo, te despides hasta el lunes con la sonrisa del que tiene el fin de semana por delante. Para mí, instalado en un día entresemana perpetuo, los viernes no significan nada, acaso un ventanal sin sustancia durante 72 horas, un adiós disimulado, una maldición a la línea 39, un odio tu ausencia los mediodías del sábado y domingo.
Ando obsesionado con mirar la calle. Por eso, Margarita me deja junto al balcón cada día, después de comer. Palomas, el tráfico, niños correteando, gente que pasa, habitualmente con prisas que le otorgan los horarios impuestos de oficinas y comidas en familia, y tú, la más apacible de todos, con tu mirada limpia y tranquila, tu pelo ondulado años 50, tu manos menudas y tus movimientos tímidos. Se te ve feliz, algo inocente, apenas una veinteañera despistada. Tal vez por un poco de todo ello me recuerdas tanto a Julia.
[Julia…]
A veces pienso en bajar a saludarte, presentarme como el hombre que lleva 5 meses siguiéndote la pista cada mediodía, entre las dos y las dos y diez, desde el balcón de enfrente, en la primera planta de aquel edificio. Pienso en contarte, que a pesar del tiempo y mis arrugas y mi vista más que cansada, te reconozco, porque sigues siendo la chica del despiste y la timidez. Me imagino allá abajo, junto a ti, bajo esa moderna marquesina de cristal y acero, y, casi temblando, contarte que, tal y como me prometiste, me hiciste el hombre más feliz del mundo, contarte que desde aquellos días de hospital y lágrimas, pésames y cementerios, echarte de menos y mirar por el balcón es a lo que se ha reducido mi cotidianeidad. Contarte tantas y tantas cosas que tú ya ni siquiera recordabas. Contarte que te conocí hace casi sesenta años, aunque tú tengas 20 y eso no sea posible, aunque por aquel entonces no existía ni esa parada de autobús ni esta residencia de ancianos que me sirve de atalaya, ni yo era tan viejo ni tú vestías vaqueros, ni nos imaginábamos siendo abuelos ni yo te quería ya tanto, pero sí que ya por aquel entonces, adoraba tu extraña forma de sentarte.
Si esta silla de ruedas me dejara, bajaría a conocerte de nuevo, a reiniciar nuestra historia, a que me prometieras de nuevo que vas a hacerme el hombre más feliz del mundo.
Entonces, solo entonces, dejaría de escribir historias estúpidas de viejo senil. 


*Fotografía tomada de la web http://eduardoochoa.com

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Carta de ajuste, heridas sin cerrar.

Una pre-despedida que escribí hace meses 
y que hace poco que es una post-despedida.



Me mira como quien mira una carta de ajuste. Trato de atraer su atención desde el lugar en el que ahora mismo tiene su pensamiento, le pido que me cuente algo. De un tiempo a esta parte, ha dejado de utilizar el presente cuando habla. Ahora sólo usa los pasados en cualquiera de sus formas, como si hubiera encallado sus historias unos meses atrás, como si el ahora únicamente fuera una inercia de algo que hace tiempo dejó de recibir energía y siguiera en movimiento de forma sistemática, impulsado por una fuerza interior, apenas perceptible, anodina, casi pueril.
Hay una despedida tatuada en cada palabra, en cada gesto de cariño, un adiós preocupado [de no sabe qué] que queda flotando en el aire, como estela de sus abrazos y besos. Los surcos de su piel, agravados con su constante pérdida de peso, dibujan cientos de sonrisas en las manos y la cara. El cuerpo, cada vez más minúsculo, cada vez más encorvado por el peso de saber que a uno se le han convertido en dunas los caducos granos de su reloj de arena, que queda poco tiempo, que siempre quedó poco tiempo para casi todo.
La observo mirándome como quien mira una carta de ajuste y me pregunto: ¿quién está menos preparado de los dos?
Una ausencia ha comenzado a emerger en los rincones que frecuenta. Una ausencia plácida, pero triste, asumida, pero amarga. Una ausencia que comienza a expandirse como sombras de un atardecer que uno desea mantener en la retina, estirando al máximo esas horas de luz en las que el semicírculo solar es una expresión mínima rozando la línea del horizonte. Pero no es esa ausencia suya latente la que me duele, sino su decadencia. Es ese verle en escombros, ese sentir que son cenizas sus risas, ese ser consciente de que pronto de ella solo quedarán nuestros recuerdos, todo ello es lo que me entristece porque ya nunca tendré tiempo suficiente para abrazarle todo lo que quisiera, todo lo que yo necesito y todo lo que ella necesita.
Me mira como quien mira una carta de ajuste. Pronto llegará el momento de “despedida y cierre” y quedará niebla gris, tristeza fractal y sonido blanco en forma de nudos de garganta. 

Gárgolas



Seamos gárgolas, gárgolas vomitando la basura acumulada en los aleros, achicando el agua sucia de los tejados. Gárgolas monstruosas, ahuyentando los malos espíritus, las maldiciones y los ataques de un diablo de color verde. Gárgolas escupiendo a la ciudad las verdades que duelen, los posos putrefactos que el tiempo ha dejado en las cubiertas de estas catedrales que hoy se nos derrumban. Nos ha tocado ser gárgolas, gárgolas de aspecto grotesco descargando de dramas y oscuridades la lluvia gris con la que esta tormenta nos bombardea constantemente. Gárgolas evacuando las infamias escondidas en las alturas y las sombras, dándolas a conocer a la urbe a ras de suelo, esparciendo su indecencia en las aceras y los cafés. Seamos gárgolas, gárgolas vigilando desde nuestra atalaya, luchando por embellecer este cielo lóbrego, este futuro nuestro, incierto, incómodo, desapacible.

[Gárgolas]

Gótico necesario



Fotografía extraída de http://goticoeuropeo.blogspot.com.es

Antes de venirme abajo y desaparecer en la negrura más absoluta, apareciste. Me hiciste ganar altura, fortalecerme de arbotantes, llenarme de vanos con cristales tintados en colores falsos, inundarme de sol. Contigo este gótico especulativo de oscuridades y tristezas provocadas por una religión-codicia se vuelve tenue, más esperanzador. Me siento catedral, luchando contra la sombra de los rincones, soy bóveda de crucería con sistema nervioso central, soy rosetón sin espinas, mi corazón en el ábside, mi voz un púlpito sin afonías. Soy un elemento más, un componente más de este gótico salvaje y caótico. Tú, la parte más importante: 




la luz.


domingo, 16 de diciembre de 2012

Agujeros negros [renacer]




El día que tú y yo lo perdamos todo [o lo demos todo por perdido], nos convertiremos en nada; en partículas antimateria, haciéndonos desaparecer a nosotros mismos: nuestros propios agujeros negros. Y a partir de la nada [del rigor mortis], renacer: olvidaremos los dogmas, romperemos a mordiscos los cordones umbilicales que nos atan a este feudalismo atroz y –prométemelo –retomaremos por bandera la belleza, las artes, las ciencias: entre tú y yo, provocaremos la globalización del humanismo, la vuelta al antropocentrismo, el amor a nosotros mismos. Tú serás Venus [la inteligencia pura] y yo soplaré en tu nuca para llevarte a la nueva orilla. Reviviremos una Metamorfosis [Ovidio dixit] necesaria desde hace años, haremos constitucional su Ars Amandi y echaremos a perder [porque somos agujeros negros] el pasado de castillos de naipes, mercados de humo [también negro] y caminos de perdición. Renacimiento, revolución, reforma protestante. Te necesito a mi lado: para subir el telón: para mostrar las luces: para iluminar el mundo: para atestiguar que: por encima de la barbarie económica [dogmas, feudalismo, cordones umbilicales], del esperpento especulador [alhóndigas bursátiles, burbuja inmobiliaria], y los lodos de aquellos barros [perdido todo, rigor mortis], por encima de todo, los verdaderos tipos de interés somos nosotros: [agujeros negros] de los que ni la luz puede escapar. 

sábado, 15 de diciembre de 2012

Luciérnagas



Como el abismo y los pliegues de una noche cerrada, como el interior de tus párpados, como los años luz fundidos. Como las entrañas de un tubo de escape o el espíritu de una vivienda donde no vive nadie. Como un domingo de resaca, como el lunes después de un domingo de resaca. Como una escena nocturna en una peli en blanco y negro, como el luto mal llevado, como un poso de heroína, como un espejo bocabajo, como un horno usado, como un pulmón fumado. Como un joven sin futuro, como un futuro sin esperanza, como una Esperanza que dimite. Este presente nuestro es oscuro porque nos han cortado la luz. Es hora de no depender de tendidos eléctricos ni de facturas con lecturas aproximadas, hora de que nos valga con el viento, de ser luciérnagas.

[Nuevo texto correspondiente al proyecto Transgótico]

jueves, 29 de noviembre de 2012

Times Square

El pasado 4 de Noviembre, se inauguraba la exposición "Transgótico" en la que este Ciudadano B ha tenido la oportunidad de participar. La exposición gira en torno a la visión actualizada del Gótico que cada participante ha querido trabajar. Ciudadano B ha aportado varios textos que hacen referencia al Gótico como salida del oscurantismo actual, el uso de la luz, la necesidad de un Renacimiento... aquí cuelgo el primero de los textos, titulado "Times Square":





C
atedral gótica 2.0, noche de invierno. Las vidrieras de un futuro que ya nos alcanzó nos iluminan más allá del crepúsculo. Es el nuevo reinado de las luces de neón. Luces artificiales para una sociedad artificial que sólo aspira a quedarse ciega. Saint-Denis del siglo XXI, noche-vorágine. Kilowatios indecentes, luminiscencia divina, incitación al consumo. Todo ha cambiado y sin embargo seguimos siendo manipulados. Luces de neón para camuflar una humanidad de sombras, negruras y tristezas. Los santos de las vidrieras de ayer son iconos efímeros en las pantallas de hoy, vacíos de razones, átonos, expuestos en púlpitos de LEDs ecológicos. Era del conocimiento, evolucionados pero anclados en el oscurantismo gótico, somos conocedores de nuestro sometimiento a los poderes fácticos. La luz, un yugo más.



Y esto no es todo: para colmo, David Vicente, otro de los participantes en la exposición y cuyo blog podéis ver aquí, ha hecho un montaje audiovisual con mi texto, que podéis ver a continuación. Disfrutadlo:


David Vicente B NY from David Vicente Vicente on Vimeo.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Más versos...



Acústica

Recién despertado, aún en la cama,
con los ojos cerrados percibo los ecos
de tu bajar matinal de escaleras.
Después, ajetreo de cocina y vasos,
silbido de café, un saltar de tostadas.
Es tu ritual sonoro de mañana entre semana.
Disfruto de la musicalidad de tus rutinas,
tu ducha caliente, tu vorágine de armarios
y prisas y secador y cajitas de maquillaje.

Después un silencio breve: tu beso
de despedida por obligación laboral.

Es adorable oír tus ruidos por la casa,
el sonido de tus movimientos en el sofá
o del crepitar de tu cepillo de dientes
y el grifo de agua fría para tus encías.
Desde mi encierro en esta habitación gris,
te escucho los pasos, pasar de largo,
abrir una puerta, conquistar habitaciones,
llenarlas de tus longitudes de onda
y tus frecuencias y tus acústicas.

Solo deseo tus silencios si me traen
besos, miradas cómplices, desnudez.