domingo, 1 de junio de 2008

Bombones belgas para diabéticos




En frente de mi calle hay un parque y al final del parque otra calle. Al final de esa calle, lógicamente, hay una esquina y en esa esquina una cafetería, en la cafetería un escaparate y en el escaparate un cartel: Bombones belgas para diabéticos. Es una cafetería antigua, con panadería y pastelería artesanal, sus mesas de mármol, sus expositores de madera, sus cuadros con fotos de roscas, barras de pan y espigas de trigo. De todo ello, lo que más llama la atención al pasar, además del cartel de los bombones, es Rebeca.
Yo no soy belga, pero soy diabético y, aunque no me gustan los bombones, aprovecho la excusa para entrar casi todas las semanas. Rebeca es extraña y triste, callada, misteriosa, lánguida, preciosa. La inalcanzable. Siempre he tenido la fantasía de tener una amante sensual y algo salida que se llamara Rebeca.
Los bombones se pasan semanas en la despensa, acumulándose, hasta que tengo que sacar los más antiguos para hacer sitio a los que llegan nuevos. Los antiguos me los llevo a la oficina, mala idea, haciendo que la chica de administración empiece a mirarme con indebido interés. Pero no sé qué hacer con los bombones. Mi problema es que, además de diabético soy celíaco y además de celíaco bastante tímido, de manera que no logro tener la ocasión de entablar una mínima conversación con la chica de la cafetería. Yo llego, sonrío, ella es una mirada triste que, aún sabiéndolo, me pregunta qué deseo y minutos más tarde salgo con una bolsa (otra más) de bombones belgas para diabéticos a acumular en mi despensa. Todo ello sin más trascendencia que la de –quizás –alguna complicación a la hora de devolverme el cambio. Yo le doy las gracias con ímpetu, como si esos bombones fueran la causa de mi felicidad, y me despido dedicándome a mí mismo múltiples insultos acerca de mi terquedad y mi timidez.
- Un día deberías invitarme a tu casa… debe ser malo comerse tantos bombones uno sólo. –Me dice un día.
Yo sonrío y le odio. Trato de pensar que no ha sucedido, que no me ha dicho nada, pero no. Rebeca lo ha jodido todo. Ha dejado de ser misteriosa, inalcanzable… para ponerse a tiro, para convertirse en realidad.
Hace dos meses que no voy por la confitería, dos meses que no veo a Rebeca, y dos meses que no me grita mi mujer preguntándome qué coño vamos a hacer con tantos bombones. Por otro lado, yo llevo dos meses buscando otra Rebeca inalcanzable, misteriosa, extraña y que no me joda las fantasías a la primera de cambio.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Alvaro, de verdad, me encanta y curiosamente este relato me viene que ni al pelo por multitud de razones y ha sido la gota que colma mi necesidad de volver a actualizar el blog que amenaza con pudrirse, ahora que como nunca me faltan tiempos e impulsos que me llamen a escribir (las opos me están enterrando vivo).
Pásate por el blog, te responderé allí.

Ciudadano B dijo...

Tienes que explicarme el porqué de que te venga tan "al pelo"...

En cuanto a las opos... puedes con ellas, animo!

Anónimo dijo...

Álvaro, me encanta el relato, en serio, eres tú y sólo tú ahí... Tienes algo especial para la ficción breve, no lo dejes. Tu sensibilidad es tan peculiar, tan tuya, tan tierna y auténtica sin ser moña... Eres creador, Álvaro, crea.

Eres mágico... Para recrear esa historia es necesario que uno sea un poco de ese mundo tipo Amélié, en el que la gente hace cosas que se escapan a las calles infectas de prisa y viandantes cuyo único alivio está en llegar a tiempo y fumarse un cigarro a mitad del día... Tú que como todos nosotros tienes todo eso ( a ver, qué remedio) pero que además VUELAS ( no pienses que es tan común) no dejes de hacerlo nunca... Ya sabes lo que decía nuestro Benedetti "no te salves, ni ahora ni nunca" yo añadiría en contra de él que aunque te salves, cuenta conmigo" aunque sea hasta 10 o hasta 5 ( se me coló otro poema)...

Gracias por estos bombones tan dulces... y tan poco empalagosos.

A. L. L.