martes, 22 de julio de 2014

Noches-ola, días-espuma

Hay noches redondas. Se instalan a la hora de una cena con vistas a la Ribera, entre las amapolas y las cervezas, con amigos, sin prisas (los niños están a buen recaudo). Se despliegan al abrir las servilletas, de papel del bueno, y al caer el día, cuando se nos anima el vino, las lenguas, las risas. Las noches redondas. Se vierten poco a poco sobre las pupilas que han visto, compartido, vivido, durante muchos años las mismas cosas y se agitan con ese aire fresco que nos pilla a todos por sorpresa un 19 de Julio por estos lares. La temperatura acompaña a las buenas compañías. Algunas buscan refugio, pero la democracia entre amigos supone pasar algo de frío nocturno por ir tan frescas. Hay noches redondas como copas de gin-tónics, como lunas invisibles, como círculos personales que describimos a ciegas hace mucho mucho tiempo. Noches redondas que quieren acabar donde hace mucho mucho tiempo, cuando no teníamos ni la mitad de confianza, cuando éramos el doble de inocentes, cuando empezamos a encontrarnos. [Pero el Under nos traiciona, su reapertura aún tiene que esperar]. Las noches redondas, a las que casi siempre me lleváis a rastras, noches que son olas, que empiezan en el río, que suben y suben, que rompen en pleno centro con el cansancio acumulado de las otras madrugadas que se parten siempre en dos, noches redondas que nos terminan despertando en días-espuma, que se esfuman tranquilos, a la orilla de los años, donde siempre os espero.



martes, 1 de julio de 2014

Lugares comunes: los centros de ciudad

Hemos paseado tantos centros de ciudades que visitábamos por primera vez, que casi he perdido la cuenta. Caminar, mimetizarse en el entorno, descubrir el corazón de las ciudades a través de sus arterias principales, sus plazas con terrazas abiertas al sol, la vida escondida en autobuses urbanos y cafeterías de media mañana.
Hemos paseado tantos centros, incluso los de nuestras propias ciudades, tan distintos ambos, abandonándonos al placer de sentir el bombeo mudo de cada centro, ese correr constante de Madrid, la tranquilidad de los canales de Delft, el bullicio de Venecia o las postales móviles de París, la Grand Place de Bruselas y sus terrazas en días de lluvia, el Bérgamo más medieval, las laderas de San Francisco y su pier 39.
Hemos paseado tantos centros que alguna vez perdimos el norte y acabamos encontrándonos frente a frente con sólo sábanas de por medio. La vida a veces es tachar ciudades de una lista de deseos, recorrer un itinerario de centros de ciudad que nos muestran su epidermis a ras de asfalto. Con ese afán –vivir, después de todo –memorizamos en su día los centros de la cosmopolita Londres, la pequeña Évora o el inmenso Manhattan, la decadente Venecia, la iluminada Lisboa, la Barcelona más gótica. Cada centro deja un boceto esbozado del espíritu de su ciudad, cuelga su intrahistoria de las fachadas, como ropa interior tendida al sol, nos muestra los habitantes y sus rutinas, fiel reflejo de esa vida que fluye de cada portal, cada boca de metro, cada oficina de viernes a mediodía.
Hemos paseado, al anochecer, por el centro de muchas ciudades que hemos descubierto juntos. Todas las ciudades tienen un centro y en todos los centros estás tú.