sábado, 20 de julio de 2013

Lugares comunes: Pasos de cebra (2)

Pasos de cebra
·Historia fugaz de amor frugal en el semáforo del Corte Inglés·

¿Qué se le dice a la mujer de tus sueños
si no la conoces de nada,
si sólo has compartido con ella
el tiempo que tarda un semáforo?


      Rojo peatón. Tuve que detenerme en seco y entonces, los coches.

          Al otro lado la descubrí. A Ella. Porque Ella no tenía nombre. La contemplé despacio, entre coches con prisas laborales, luces de neón, gentes de martes por la tarde, invierno, bufandas con olor a hojarasca, motocicletas con faringitis. Las cebras urbanas, etcétera. Cuando vi sus ojos sorprendí su mirada. Ella también me observaba y yo tampoco tenía nombre.

           Lo nuestro era imposible. Y supongo que los dos lo pensamos en ese momento inicial, en el encuentro fortuito, furtivo, quizás obsceno. Frente a frente, las miradas encendidas eran desafiantes –quién puede más –su pelo rubio, recogido, los labios odiosamente deseables, el cuello como una puerta abierta al infinito... Yo soñaba en blanco y negro sus besos, y ella me mostraba sin compasión el erotismo de su pupila, el rojo-pasión del semáforo, la ternura de sus labios; mantenía sus ojos en mí, retándome a la locura, empujándome al atrevimiento, dándome motivos para la valentía: “Yo pongo las normas: si me dices algo, te regalo un beso”, ella era la reina blanca... yo el rey negro y el asfalto un tablero bicolor de sesenta y cuatro cuadrados. Lo nuestro, definitivamente, era imposible.

               Entonces, automóviles que frenan y verde peatón. En instantes de segundo tenía que decidir por qué rayas optar, negras, blancas, negras... mejor blancas. La crueldad de las decisiones. Tomar decisiones, blanco o negro, éxito o fracaso, todo o nada... y, sin embargo, quizás no haya nada tan decisivo... tal vez el éxito y el fracaso no son resultados de las decisiones sino designios del azar. De cualquier manera, opté por blancas, confiando en que su decisión hiciera unirnos en el centro del paso de cebra, en la misma franja, el mismo color... Adelante.

            La marea de gente se lanzó a la conquista de la otra orilla y nosotros, ambos, decidimos comenzar el abordaje. Nos acercamos el uno al otro, entre procuradores, funcionarios, contables, fontaneros, amas de casa y demás habitantes de los pasos de cebra. Yo, pendiente de no pisar las franjas negras y sin dejar de mirar sus ojos, ella amenazando con conquistarme a algo más de un metro de mí. Me lancé a la búsqueda de palabras para decirle que ella era mi “ella”, esa mujer que todos buscan y que nadie encuentra.

Mentalmente trataba de pensar algo que decirle, pero.

Sí: “pero”. Porque… qué se le dice a la mujer de tus sueños si no la conoces de nada, si sólo has compartido con ella el tiempo que dura un semáforo. Se quedó frente a mí, franja negra, peatón intermitente. Nos limitamos a mirarnos, desconocidos en franjas de diferente color y perdidos en las calles de la ciudad sin nombre, sin poder decirnos nada porque nada se dicen los que de nada se conocen. El tiempo se quedó congelado y nos dejó frente a frente sin poder hacer nada, sólo continuar cada uno su camino hacia la otra acera... porque quizás aquello había sido imposible desde el principio, tal y como habíamos pensado. Sí, yo también me dije esas mentiras. Tantas y tantas veces.

Y así, sin más, nos dejamos pasar el uno al otro, perdiéndonos entre la gente, como un ciudadano más, esperando nuevas batallas que, por supuesto, volveremos a perder. Decepcionados con la oportunidad huida, la fugacidad de los semáforos.

La timidez de los pasos de cebra.
Foto extraída de pensamientosdeunacebolla.blogspot.com

sábado, 13 de julio de 2013

Intemperie

Foto: David Vicente Vicente (http://vicentealcuadrado.blogspot.com.es/)

Solo sé que quiero ver pasar
los siglos y las horas a tu lado,
que odio esta casa cuando está vacía
y esta cama fría de tu ausencia.
Que se me llenan de escombros
las tardes que trabajas fuera,
las llamadas que comunicas,
que hay sombras y frío       
en los lugares que deshabitas.

Esta intemperie de ti
perjudica seriamente mi salud.

Tengo la intención de gastarme
la vida en entenderme contigo, esperar,
cada tarde, tu vuelta a casa,
compartir el portátil en el sofá
y echarte en cara en la cama
que necesito tus pies fríos
para entrar en calor. Susurrarte,
con nocturnidad y alevosía,
el sueño de una noche de tu lado.

Porque todo lo demás
son eclipses, escarchas e intemperies.

martes, 9 de julio de 2013

El puente

Foto extraída de http://www.tiempo.com/. Usuario -FiReFoX-

De repente sucede el milagro de los puentes milenarios:

La ciudad se rompe en dos, desangrándose en aguas turbulentas,

resultando dos mitades doblemente hermosas.

Apoyado en el coloso de piedra que une las dos orillas,

uno se siente:

unido

durante un instante

                 a la ciudad y su desgarro;

dividido

entre la eternidad del lugar

                 o lo fugaz del instante.

La dicotomía es dueña del aire y de las riberas.

Existen contradicciones tan bellas ante las que solo nos es posible

suspirar.


Todo lo demás fluye, río abajo.