Al final de la calle hay una esquina, en esa esquina un bar, y en ese bar, como en todos, un rincón. En el rincón hay una mesa y en la mesa una ausencia reciente. El ciudadano B acaba de marcharse, dejando un vaso sin alma de cerveza y la inspiración en una servilleta garabateada:
Viaje de ida y vuelta
La ciudad se refugia en la noche,
ensombrece los rincones,
congela las horas.
El ciudadano de paso
acampa a sus anchas,
respira la atmósfera suave
y pasea por sus calles
con la felicidad efímera
de los viajes de ida y vuelta.
-He vuelto -se dice.
Se escuchan sus pasos, el eco,
como segundos de una cuenta atrás
que acabará demasiado rápido.
La noche continúa su huida
recorriendo esquinas,
callejones sin salida,
avenidas, alamedas,
zaguanes oscuros, cornisas.
La luna se escurre en las aceras
y al ciudadano de vuelta
le salen estrellas en las pupilas.
-He vuelto -se dice.
Se le deslizan por las mejillas
las estrellas.
Las calles de la ciudad
atraen de noche
la nostalgia de las maletas
que se hacen con desgana.
El ciudadano de vuelta
se esconde en los soportales
cubre su cara con las manos
y se deja vencer un minuto
-sólo uno-. Llora.
-He vuelto -se dice.
Y la ciudad llueve
con la pereza nocturna de los sábados
cuando el domingo llega
con el amargo viaje de vuelta.