martes, 30 de noviembre de 2010

Lugares comunes: las aceras.

Aceras

Existe una ciudad distinta a uno y otro lado de las aceras // aceras
que dividen cada calle en los lados contrarios de una // misma cosa.
A un lado los números pares, kioskos y estancos // al otro
los impares, cafeterías, y una ténue esquina // donde un día
// siempre dije adiós. 

viernes, 26 de noviembre de 2010

Caminantes y paseantes: homenaje al flâneur

Observa a la muchedumbre y se entristece. Hundidos en su aburrimiento y la rutina de cualquier miércoles, los ciudadanos cruzan pasos de cebra en tropel, desplazan sus cuerpos por las aceras buscando portales determinados y caminan apresurados hacia edificios de oficinas o instituciones públicas. En su desenfreno ordenado e impetuoso, de origen laboral o espiritual, todos olvidan la esencia. Por eso se entristece: entre la aglomeración y sus vorágines, la mayoría pierde la capacidad de observación y disfrute simultáneos, la aptitud para admirar las maravillas que la ciudad les ofrece. Inmersos en sus historias e histerias, toda la ciudad es desierto, un gris y vasto desierto para ellos.



Por una lado, piensa mientras los observa, diligentes e inconscientes de lo que les rodea, que tienen, en gran medida, suerte de vivir inmersos en esa inconsciencia. A ellos les daría igual cualquier ciudad del mundo, su forma de actuar no cambiaría. Para ellos la ciudad no les influye, las aceras de Manhattan son iguales que las de Munich, los portales de Birmingham son muy parecidos a los de Amsterdam y así sucesivamente. Y eso, en parte, les hace afortunados, ajenos a la desgracia del desarraigo. Todos caminan, ninguno pasea.

Por el otro lado, pensando en sí mismo, se sabe afortunado. A pesar del desarraigo. A pesar de que necesite la ciudad a modo de su Prozac particular. A pesar del spleen post-euforia después de cualquier paseo a la deriva por sus calles. A pesar, incluso, de este síndrome de abstinencia que le induce un estado continuo de dolor agudo y visceral.

Él, al menos, es consciente del espectáculo urbano a cualquier hora, de las extraordinarias imágenes, del show que esconde cada vuelta de esquina, de la magia que impregna cada piedra, cada substrato, consciente de que pasear a la deriva es uno de los placeres que la ciudad otorga.

Y desea tanto volver para dejarse llevar…

 (Foto: Paula B.)

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cumpleaños

Caen del cielo, como confeti. Desde algún lado más allá de las azoteas, alguien ha lanzado centenares de papeles con un poema, a modo de felicitación para el habitante de horas bajas:


Cumpleaños

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.

Lo firma un tal Ángel González... que jodido el tío, ha dado en el clavo.