sábado, 18 de abril de 2009

Consumirme


Esta habitación en penumbra y tu silencio acabarán volviéndome loco cambia de canal la tele suele ser aburrida los sábados por la tarde y la cama desordenada me inspira ideas insanas es posible que Muse me siga la corriente para descubrir tu precisa teoría sobre el origen de la simetría a uno y otro lado de tus piernas existen miradas que producen tormentas solares y gestos tuyos en los que siempre adivino tus besos en formato rar después siempre desaparecen las camisas y los calcetines haces trucos de magia con mis botones on/off se bajan persianas y cremalleras e imagino que la habitación de hotel es una tarjeta USB sin memoria a largo plazo la cisterna gotea yo odio la moqueta y tu descomprimes los archivos de tus labios para esparcirlos por nuestra 322 porque esta habitación siempre será nuestra 322 take it easy el efecto es casi de sicodelia sinestesia de caricias elípticas y metálicas palabras que son luces de color efecto 80’s primero tu movimiento es tipo hooverphonics siguen las luces me ciegan ruedan canicas alteraciones del sueño maniobras de escapismo síndrome de abstinencia la dosis perfecta la felicidad violenta tu sonries boca abajo ‘cos I love you  silencio observo en tu espalda las finas líneas de luz paralelas que deja pasar la persiana eres un código de barras humano y yo me debato entre consumirte o consumirme contigo

lunes, 13 de abril de 2009

Reconstruirse (Las tardes del Jazz)

Un café y dos cervezas pueden durar toda una tarde. Y a veces uno quisiera que las tardes durasen días y que los días se hiciesen infinitos… y más allá. Cada tarde del Jazz (yo ya las llamo así) me reconstruye, me reafirma.

Un café y dos cervezas pueden durar toda una tarde, o convertirle a uno en el espejo de su alma. El ciudadano B adora las tardes del Jazz, reconstruirse, proyectarse en el resto de personajes que comparten su mesa y comulgar con ellos en el mejor de los proyectos. Después, sale a la calle comiéndose el mundo, reinventando historias o sin sentirse deshabitado. La ciudad, entonces, ya no es sólo ese espíritu que le rodea, esa heroína amarga que le obliga a consumir cada poco tiempo, ni siquiera es sólo un lugar –el lugar- , sino también el sueño y la meta impuestos por necesidad, el futuro, el aliento… la verdad.

La verdad, esa que siempre nos alcanza.

Y la verdad es que el ciudadano B abandona la ciudad y la ciudad continúa su marcha, su cosmoprogramación, su inercia de versos, prosas y páginas escritas. Y morderse la lengua siempre es poco, y el fastidio natural, y el peso de perderse, no uno, ni dos, sino mil eventos en otros tantos rincones imprescindibles. Esa es la verdad.

martes, 7 de abril de 2009

Apatía temporal

A veces pasa que no pasa nada... y eso me entristece.

Odio que los días -antaño especiales- pasen sin más.
Espero que mañana la vuelta nos devuelva a la normalidad merecida


viernes, 3 de abril de 2009

Lugares comunes: el espacio aéreo.


Despegaba del suelo de forma brusca, en décimas de segundo perdía el contacto con tierra firme: comenzaba el vuelo. Las sienes le latían cada vez más fuerte, la respiración se aceleraba al mismo ritmo que sus pulsaciones y sentía un raro hormigueo en las puntas de los dedos y en la boca del estómago.

Aquel día la predicción meteorológica no había errado su pronóstico: “Cielos despejados, alguna nubosidad leve en la tarde sin riesgo de precipitaciones. Temperaturas en ligero ascenso.” El vuelo transcurriría con total normalidad. El verano le sienta bien a los vuelos low-cost.

La ciudad, desde allí arriba, se veía distinta, alejándose poco a poco, como un apéndice que el espacio aéreo entre su cuerpo y el suelo iba extirpándole no sin dolor. Pero el viaje, lo sabía, merecería la pena. A sus diez años, los vuelos eran algo realmente emocionante, si bien la sensación de estar suspendido en el aire no le resultaba del todo agradable. De cualquier forma, para él esos viajes tenían un aliciente claro. Sentía el corazón en el pecho bombeándole, alguna gota de sudor frío, calambres en las piernas, sequedad en la boca… pero todo esfuerzo se vería recompensado, cualquier sacrificio era nimio con lo que esperaba al final del viaje.

Cuanto más se acercaba al destino, mayor era el número de palpitaciones. Sabía que quedaba poco, que pronto habría acabado todo.

Efectivamente, el vuelo tocó su punto álgido, y pasado un corto periodo de tiempo, pisar tierra firme fue todo un hecho. Jadeó un poco mientras se inclinaba sobre sus piernas, se secó el sudor y, sin apenas aliento, sonrío mirando a su compañero que esperaba una respuesta. Él asintió y el otro se propuso iniciar, ahora él, el viaje por el espacio aéreo junto a la tapia de la terraza de aquel ático. Superar su línea de visión era todo un reto a los diez años, pero con la ayuda del otro, que utilizaba las manos como apoyo a sus pies, conseguir un salto más potente era pan comido. El premio por conseguir superar la línea de visión de la tapia era la visualización durante lo que serían centésimas de segundo, suspendidos en el aire, en el punto más alto del salto vertical, de la imagen del topless veraniego de la vecina de al lado en su brevemente invadida intimidad. Merecía la pena el sudor del esfuerzo, las palpitaciones extremas, la invasión del espacio aéreo compartido.