miércoles, 15 de junio de 2011

Eclipse de luna roja


Desde la autovía, un pálido y tibio círculo rojizo,
apenas imperceptible con la luz de la ciudad.

Esta noche le sirve de excusa para rellenar huecos
y recordar clases de ciencias en 1º de BUP,
cuando los eclipses solo eran partes del temario
y noticias que se daban, muy de vez en cuando,
en los telediarios y los periódicos de tirada nacional.

Hoy, además, representa un motivo más
para asomarse a la ciudad y teñirse de rojo.

Su eclipse, su particular eclipse, consiste en eso:
coincidir cada cierto tiempo alineados
en sus órbitas distintas: ciudadano y ciudad.

...o cómo buscar luces en la oscuridad.

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domingo, 12 de junio de 2011

Lugares comunes: los balcones (III)

Los sábados toca baile. Por eso, después de cenar, ella se pasa un rato en el baño escogiendo las sombras para esconder las sombras malva que sus párpados ya han adquirido sin necesidad de brochazos. Se pinta los labios, se arregla el pelo y se echa crema de manos que frota sobre su piel hasta que ésta la absorbe por completo. Se mira al espejo tristemente: no queda rastro de aquella niña pecosa y pelirroja, de ágiles movimientos y pestañas al infinito.


Él, por su parte, espera paciente en el sofá, manchas de la cena en la camisa y mirada perdida en la esquina inferior derecha del televisor. Entonces entra ella al salón lentamente, al paso que le impone aquel andador prescrito por necesidad, y se acerca a él. Le tiende las manos.

- ¿Sabes qué día es hoy? -Él le contesta con apenas un parpadeo, su mirada ahora se pierde en ella o, quizás, en otra época. -Sábado. Sabes qué toca los sábados, ¿verdad?

La sonrisa amplia de ella se le contagia y le toma las manos para levantarse del sofá con la torpeza que lo haría un hombre de hojalata oxidado. Una vez en pie, ella se aferra fuertemente a sus manos. Ahora puede olvidarse del andador, confía en sí misma cuando él está a su lado.

Aún conservan un radio-cassette de los 80, enorme, de doble pletina y de color negro, que tienen colocado en la terraza, sobre una mesa LACK blanca que sus hijos le compraron en su última visita a Ikea. Cuando salen, lo primero que hace ella es activar el play, la cinta ya está preparada y cuanto antes empiece a sonar la música, menos probabilidades hay de que él ponga algún impedimento. Comienza el baile... 




...un baile lento en el que ella tiene que marcar los movimientos. De vez en cuando él le pisa inconscientemente y ella sonríe [hay cosas que nunca cambiarán, piensa] y se entrega al balanceo de sus cuerpos, al muñeco de trapo de su marido, al dolor en las rodillas, al acogedor hueco que para su cabeza existe entre el hombro y el cuello de su compañero de baile. Llega un momento en que se olvida de todo. De sus achaques, de la enfermedad degenerativa de él, de la incomunicación entre ambos, de que la canción se acaba, de que están en la terraza de un tercer piso y de que un ciudadano cualquiera, vecino de enfrente, puede estar viéndolos, abrazados y bailando al ritmo de una música que ya no existe, y encontrar así motivos para, a la mañana siguiente, escribir un post en su blog después de dos meses inactivo.

Gracias, por tanto, vecinos de enfrente, por devolverme a esta ciudad.