jueves, 7 de mayo de 2009
Van a por nosotros
Lugares comunes: CC.CC.
Un hombre con bigote. Una mujer con cara de hombre con bigote. Luces. Dos filas de ascensores, PAPELERA, escaleras mecánicas, Cafetería. Salida de emergencia. Una mujer que se parece a la del telediario del mediodía de Cuatro. Un Burger King. Por los altavoces, el último gran éxito de Estopa. Gente. Mucha gente. OFERTAS, REBAJAS, ULTIMOS DÍAS. Liquidación por traspaso. Tiendas. Un niño muy feo en un carrito de la compra. Le saca la lengua. Se vuelve para evitar su mirada mantenida. Más tiendas, otra Cafetería, una zapatería. “Mamá”, susurra… Comienza a andar sin dirección concreta. Más gente. Con bolsas en las manos, en los ojos, nadie lo observa. Busca carteles que indiquen “MAMÁ”, así, con letras grandes: SALIDA. CAJAS Ì. PLANTA 1. ASEOS. €HOMBRES. MUJERES. MENÚ DEL DÍA. PROMOCIÓN. PLANO DE SITUACIÓN. ZCAJERO AUTOMÁTICO. SUPERMERCADO SU COPIA DE LLAVES EN UN MINUTO. 'PRENSA. GOLOSINAS. (¡Golosinas!) AGENCIA DE VIAJES. çACCESO PARKING. GRACIAS POR SU VISITA. INFORMACIÓN… (¡Información!) Nadie tras el mostrador. ¿Hola? Una cabeza de pelo rizado asoma sonriendo. Hola, pequeño, ¿te has perdido?
Entonces recuerda a mamá y sus frases célebres: “Tápate la boca”, “lávate los dientes”, “eso no se toca”, “tu padre era un cabrón”… “¡NO HABLES CON EXTRAÑOS!”
Decide echar a correr.
Para entonces, Antonia Serrano, madre de la criatura y auxiliar de enfermería en una clínica de cirugía estética, ha llegado al otro extremo del Centro Comercial, correteando a lágrima viva, ha llamado –aún no se sabe por qué –a su madre, que está de crucero con su nuevo, flamante y septuagenario novio, abogado retirado y padre de –nada más y nada menos- ocho hijos, todos varones. También le ha dado tiempo de ver un bolso de piel buena de rebajas, una falda muy mona con un estampado ideal y una oferta bárbara de 4 días en Praga… pero todo de soslayo, mientras lloraba y hablaba con su madre por el móvil “mamá, he perdido a Fran, ¡he perdido a Fran!”.
Para entonces, a Fran le ha encontrado un tío con pinta de guardia de seguridad y comportamiento de comisario de policía. “Verá usted, señor agente, mi madre es un desastre y mi padre es un cabrón”.
- No te preocupes, chaval, los padres son así. Al mío lo tengo de crucero con una abuela que conoció por internet. Están todos locos.
Por el altavoz, interrumpiendo el principio de Nothing compares 2u de Sinead O'connor, que sonaba en todo el Centro Comercial, una voz erótica articula, en perfecto castellano “Atención: rogamos a la madre del niño Francisco Bermúdez Serrano se persone en mostrador de Información”.
domingo, 3 de mayo de 2009
Mayo cruel

En Mayo esta ciudad duele más de lo normal.
Si Abril nos dejaba versos, Mayo se desparrama en ternura de color rojo y el aroma más embriagador. He dicho mil veces que esta ciudad es cruel, no tiene compasión, es insoportable disfrutarla sabiendo que has de dejarla.
Durante este mes despliega todas sus armas, sus artificios, sus trucos de azahar, sus explosiones de buganvilla…
Me coge, me zarandea, me arrastra por cada lugar marcado con una cruz en rojo y me muestra el lado más bello de la felicidad, invitándome a la permanencia, a la perpetuidad de las noches en vela…
Después me sienta en esta silla, aún aturdido, porque tanta belleza hiere, y me hace escribir líneas adorando cada rincón que traspira primavera, cada fragmento urbano de motivos florales…
Entonces descubro que detrás de todas esas líneas existe un poema.
Y sí, el poema también duele. Tanto como los puntos aparte o los centímetros que nos separan.
sábado, 18 de abril de 2009
Consumirme
Esta habitación en penumbra y tu silencio acabarán volviéndome loco cambia de canal la tele suele ser aburrida los sábados por la tarde y la cama desordenada me inspira ideas insanas es posible que Muse me siga la corriente para descubrir tu precisa teoría sobre el origen de la simetría a uno y otro lado de tus piernas existen miradas que producen tormentas solares y gestos tuyos en los que siempre adivino tus besos en formato rar después siempre desaparecen las camisas y los calcetines haces trucos de magia con mis botones on/off se bajan persianas y cremalleras e imagino que la habitación de hotel es una tarjeta USB sin memoria a largo plazo la cisterna gotea yo odio la moqueta y tu descomprimes los archivos de tus labios para esparcirlos por nuestra 322 porque esta habitación siempre será nuestra 322 take it easy el efecto es casi de sicodelia sinestesia de caricias elípticas y metálicas palabras que son luces de color efecto 80’s primero tu movimiento es tipo hooverphonics siguen las luces me ciegan ruedan canicas alteraciones del sueño maniobras de escapismo síndrome de abstinencia la dosis perfecta la felicidad violenta tu sonries boca abajo ‘cos I love you silencio observo en tu espalda las finas líneas de luz paralelas que deja pasar la persiana eres un código de barras humano y yo me debato entre consumirte o consumirme contigo
lunes, 13 de abril de 2009
Reconstruirse (Las tardes del Jazz)

Un café y dos cervezas pueden durar toda una tarde, o convertirle a uno en el espejo de su alma. El ciudadano B adora las tardes del Jazz, reconstruirse, proyectarse en el resto de personajes que comparten su mesa y comulgar con ellos en el mejor de los proyectos. Después, sale a la calle comiéndose el mundo, reinventando historias o sin sentirse deshabitado. La ciudad, entonces, ya no es sólo ese espíritu que le rodea, esa heroína amarga que le obliga a consumir cada poco tiempo, ni siquiera es sólo un lugar –el lugar- , sino también el sueño y la meta impuestos por necesidad, el futuro, el aliento… la verdad.
La verdad, esa que siempre nos alcanza.
Y la verdad es que el ciudadano B abandona la ciudad y la ciudad continúa su marcha, su cosmoprogramación, su inercia de versos, prosas y páginas escritas. Y morderse la lengua siempre es poco, y el fastidio natural, y el peso de perderse, no uno, ni dos, sino mil eventos en otros tantos rincones imprescindibles. Esa es la verdad.
martes, 7 de abril de 2009
Apatía temporal
viernes, 3 de abril de 2009
Lugares comunes: el espacio aéreo.

Despegaba del suelo de forma brusca, en décimas de segundo perdía el contacto con tierra firme: comenzaba el vuelo. Las sienes le latían cada vez más fuerte, la respiración se aceleraba al mismo ritmo que sus pulsaciones y sentía un raro hormigueo en las puntas de los dedos y en la boca del estómago.
Aquel día la predicción meteorológica no había errado su pronóstico: “Cielos despejados, alguna nubosidad leve en la tarde sin riesgo de precipitaciones. Temperaturas en ligero ascenso.” El vuelo transcurriría con total normalidad. El verano le sienta bien a los vuelos low-cost.
La ciudad, desde allí arriba, se veía distinta, alejándose poco a poco, como un apéndice que el espacio aéreo entre su cuerpo y el suelo iba extirpándole no sin dolor. Pero el viaje, lo sabía, merecería la pena. A sus diez años, los vuelos eran algo realmente emocionante, si bien la sensación de estar suspendido en el aire no le resultaba del todo agradable. De cualquier forma, para él esos viajes tenían un aliciente claro. Sentía el corazón en el pecho bombeándole, alguna gota de sudor frío, calambres en las piernas, sequedad en la boca… pero todo esfuerzo se vería recompensado, cualquier sacrificio era nimio con lo que esperaba al final del viaje.
Cuanto más se acercaba al destino, mayor era el número de palpitaciones. Sabía que quedaba poco, que pronto habría acabado todo.
Efectivamente, el vuelo tocó su punto álgido, y pasado un corto periodo de tiempo, pisar tierra firme fue todo un hecho. Jadeó un poco mientras se inclinaba sobre sus piernas, se secó el sudor y, sin apenas aliento, sonrío mirando a su compañero que esperaba una respuesta. Él asintió y el otro se propuso iniciar, ahora él, el viaje por el espacio aéreo junto a la tapia de la terraza de aquel ático. Superar su línea de visión era todo un reto a los diez años, pero con la ayuda del otro, que utilizaba las manos como apoyo a sus pies, conseguir un salto más potente era pan comido. El premio por conseguir superar la línea de visión de la tapia era la visualización durante lo que serían centésimas de segundo, suspendidos en el aire, en el punto más alto del salto vertical, de la imagen del topless veraniego de la vecina de al lado en su brevemente invadida intimidad. Merecía la pena el sudor del esfuerzo, las palpitaciones extremas, la invasión del espacio aéreo compartido.
martes, 31 de marzo de 2009
El apagón inesperado
Lo mejor de que haya un apagón en una noche como ésta es la oportunidad que te brinda de leer el libro de turno a la luz de una vela. Cuando vuelve la luz, uno decide que la experiencia merece una entrada.
Lluvia. Las calles oscuras. Los balcones empapados. Y cortinas adentro, una llama tenue ilumina un Mundo de bicicletas, Vitaminas y barrios de gente muerta. La página 70 arde en el sofá cuando se hace la luz (eléctrica), estropeándome el momento oscuro de la noche a oscuras.
jueves, 26 de marzo de 2009
Ayer

Ayer hizo diez años que cumplió cinco. Hace diez años la felicitaba con besos, le contaba alguna historia, la subía a hombros... Ayer hacía diez años que cumplió cinco y sólo pude llamarla por teléfono, hacerle un regalo común a distancia y enviarle un sms con 1000 besos. Ayer llevé un pellizco en la barriga gran parte del día. Después se me pasó.
martes, 17 de marzo de 2009
Escenas de un sábado por la tarde
Las terrazas se llenaban; tazas de café y vasos de cerveza se vaciaban; en la Corredera, una despedida de soltero traía al novio vestido de gitana barbuda con peluca rosa; el sol caía a plomo sobre el asfalto, se satisfacía el deseo de la multitud después de un invierno largo, el calorcito bañaba las fachadas y resbalaba a ras de calle, donde las camisetas de manga corta, las faldas y los hombros al aire, donde las cañas sudaban la espuma gorda. Alguien dormía la siesta a pierna tendida, otros aprovecharían el poco tiempo que tenían y una pareja, al menos una, miraba el río, disfrutaba de la brisa, la altura y la tranquilidad de una cafetería en horas tempranas de la tarde. Otros estudiarían, alguien llegaría a Urgencias con alguna urgencia y algún coche se escurriría a la sombra de un aparcamiento del centro comercial. La judería se llenaba de extranjeros con sombreros y mapas con calles que siempre serpentean en su contra. Los cines no hacían su agosto en primavera y sí los puestos de caracoles de la Magdalena y Padres de Gracia. Cientos de mensajes SMS volaban invisibles por la atmósfera cálida de marzo y cientos, tal vez miles, de visitantes se besaban al sol. Se derretían los cubitos en los tubos y las tan de moda “copas-balón”, se encendían cigarrillos y miradas, se soltaban suspiros, soplidos, globos al aire; se escuchaba el murmullo de la gente en las calles, alguna música lejana, a veces el aire acariciando los toldos y sombrillas, el tilín-tilín de las cucharillas contra las tazas de café…
Y es que mientras hablábamos, mientras nos colectiactivábamos, planeábamos y proyectábamos, sucedían tantas cosas que era imposible darse cuenta de todo. Desde aquella mesa del Jazz-café, todo nos era ajeno sin serlo, Jesús tomaba fotos, la aprendiz se encendía un cigarrillo y yo… yo me sentía ser quien quiero ser.
miércoles, 4 de marzo de 2009
Mi frase preferida del día

martes, 3 de marzo de 2009
Paseos por la ciudad II: Paseos pasados imposibles.
Te buscaría por San Lorenzo, vagando por las calles adoquinadas del barrio que me vio hacerme mayor. Podría encontrarte en el exterior, en la parte de atrás, por ejemplo, en el ábside, contando modillones de rollos o imaginando los colores de las vidrieras reflejados en el interior por el sol del mediodía. Después te cogería de la mano y nos alejaríamos dándole la espalda a la espalda de la iglesia. Nos refugiaríamos en la calle del Trueque, donde te cambiaría un beso por una sonrisa y decidiríamos dirigirnos a San Juan de Letrán.

Calle Montero y Rivas y Palma, donde los adoquines no existen nunca y donde cada casa esconde una historia antigua de humildad y noches de carnaval. La calle Costanillas serpentea buscando la Piedra Escrita donde siempre paro a beber agua libando de la boca de un león. Tú me mirarías, yo sonreiría y el agua me empaparía entero, facilitando la existencia del mediodía de marzo. Bajaríamos de nuevo por Cárcamo hacia San Agustín, donde siempre me preguntaré por qué no le lavan la cara nunca. Por Rejas de Don Gome, venceríamos la tentación de entrar a Viana pero no la de mirar a través de sus ventanas cerrando los ojos y agudizando el oído en busca del rumor de estanques y fuentes. Enrique Redel siempre nos llevaría al Realejo donde siempre echaré en falta a alguien en un balcón de una segunda planta, con la bata y la sonrisa puestas, agitando la mano, tal vez. En otro tiempo, podríamos haber terminado tomando cañas que nos tiraría Pepe Calero en el 89 o sentados en la plaza de San Andrés contándote una leyenda de fantasmas que cuentan sobre la casa de Los Villalones, un pequeño palacio muy cerca de allí... Podría haber sido un paseo matutino, si hubiéramos faltado a clase en el instituto y tu y yo nos hubiéramos conocido en aquella época. Yo odiaba la física, tú las matemáticas y ambos, tal vez, habríamos descubierto una química distinta a la sombra de las callejas estrechas.
domingo, 1 de marzo de 2009
Lugares comunes: La crueldad de los parques
Aquel fue el verano de las palomitas con sabor a kétchup, de las clases particulares de matemáticas e inglés y el verano de las coca-colas de dos litros en grupo. También fue el verano que triunfaron las Spice Girls con su Wannabe, pero, sobre todo, fue el verano que dejó su nombre grabado en todos los árboles del parque. Uno por uno. Porque sí. Quizás porque, durante dos semanas, fue el chico de su vida. Porque la vida por aquel entonces era así: dos semanas eran la eternidad y se podían condensar en una canción y doscientos besos sobre los bancos de aquel jardín a medio cuidar.
Hoy, al pasar por el parque, camina deprisa, mochila a cuestas, con la vista en sus propios pies para no ver nada de ese verano. Sube la música de su walkman para intentar no pensar en nada. Aborrece el ruido de la fuente, el olor de algún naranjo, ese aire contaminado de recuerdos… comenzó a odiarlo hace un par de años ya. Desde el día que él decidió no continuar. Una extraña sensación de prisa le asalta. Acelera el paso y maldice los besos de ese verano, el desengaño lejano. Piensa –a esa edad aún se tiene la certeza –que no le volverá a pasar…
Los parques guardan una crueldad que ellos mismos desconocen. Es la crueldad de la belleza escondida en el fondo de los estanques, de esa decadencia otoñal de hojas secas y flores marchitas; la crueldad de la soledad y el moho de los bancos a las ocho de la mañana, de la humedad del césped medio abandonado y de la umbría tristeza del silencio de las noches… La crueldad de los parques reside en los nombres malditos grabados en los árboles y en cada rincón secreto que guarda el primer beso de dos adolescentes que siempre acabarán odiándose.
Algún día ella crecerá, se convertirá en la mujer que desea ser y él, estancado en aquel verano, seguirá siendo el mismo imbécil. Entonces seguirá resultándole dificil despertarse temprano y un día, quizás de camino al trabajo recuerde ese tiempo, aquel parque, y cuando le venga su nombre a la cabeza es posible que dibuje una sonrisa a medias porque sienta la importancia real de aquello. Ninguna. Y se sentirá feliz. Será durante un instante. Después caerán las hojas, sonará el rumor de las fuentes, y será consciente de que llegará tarde a la oficina. En el ipod, muy posiblemente, suene el Fake plastic trees y se le alegrará el día…
sábado, 28 de febrero de 2009
Marzo y sus Asesinos
miércoles, 18 de febrero de 2009
Hoy te toca a ti
lunes, 16 de febrero de 2009
Lugares comunes: los atascos
A tempranas horas de la mañana la autovía es un infierno.
Intentar acceder a la ciudad en hora punta de la entrada al trabajo es una empresa harto difícil, no más, eso sí, que la de tratar de llegar puntual a la reunión de los lunes a primera hora.
Aquel lunes la alarma del teléfono móvil había conspirado contra mí y mi rara manía de llegar temprano a la oficina. Mi tenaz negativa a instalar el gas ciudad –pese a la insistencia de la compañía –hicieron que tuviera que salir a medio de la ducha para cambiar la bombona y conseguir terminar de desenjabonarme, todo ello retrasó algo más mi salida de casa. La primera tostada se me quemó mientras trataba de plancharme la camisa, a la que le descubrí una mancha cuando peleaba contra una arruga en la zona del pecho. La segunda tostada también se hizo carbón porque sigo sin comprarme el tostador con temporizador y porque a los zapatos, antes de las reuniones de los lunes con los superiores y según mis propias rutinas auto-impuestas, hay que echarles crema e intentar –siempre sin éxito por mi parte –sacarles brillo. Finalmente, preferí quedarme sin desayunar a correr con el riesgo de echar a arder la casa por una maldita tostada. Antes de salir perdí otros cinco minutos localizando las llaves del coche que, como siempre, no recordaba que las había dejado en el bolsillo derecho del abrigo: la mesilla de noche, el cenicero del mueble del salón, el cajón debajo del televisor… ¡Ah, sí! ¡En el bolsillo del abrigo! La mañana no podía empezar peor: llegaría tarde a la reunión.
Las escaleras, llegue tarde o no, siempre las bajo de dos en dos y la puerta del garaje suele abrirse cuando le pulso al botón correspondiente del mando, que guardo, normalmente, junto al freno de mano. No estaba. Y no estaba porque Murphy siempre lleva la razón… Tras unos segundos de angustia lo encontré en el bolsillo, esta vez izquierdo, del abrigo. Para dar la vuelta a la ciudad tengo que coger la autovía por esa avenida tan grande de dos carriles, que aquella mañana al ayuntamiento se le había ocurrido empezar a arreglar ciertos desperfectos que llevan años en la calzada, muy cerca de la acera. Un solo carril, salgo con retraso, y delante el autobús. Tardo tres minutos más de lo normal en salir a la circunvalación. Si la primera hora del día ha sido funesta, ¿qué me espera más allá?
Decido no escuchar las noticias, por si dicen que me he muerto por una explosión de gas en el edificio o por indigestión con el chopped de la cena. También es posible que anuncien la llegada de una ola gigantesca a la ciudad en pocos minutos. Cambio de dial mientras salgo de la autovía, …Sometimes everything is wrong…, una canción a medias me alegra un poco el día y yo empiezo a tararear suavemente en torpe inglés. He recorrido solo dos kilómetros y el tráfico se hace más y más denso… now it's time to sing along … hasta detenerse. Luces de emergencia,… when your day is night alone… freno, hold on, espejo, hold on, reloj: A cinco minutos del tiempo estipulado del inicio de la sesión… If you feel like letting go… todo empieza a darme igual, empiezo a cantar más fuerte, bajo las ventanillas. La canción avanza y subo el volumen hasta tapar el ruido del tráfico… Well, everybody hurts, sometimes… Y entonces, everybody cries, la magia: un Polo Azul, también con las ventanillas bajadas, frena a mi lado, superponiendo el volumen de su Radio-Cd al mío, en el que tiene sintonizada la misma emisora que yo.

Ambos terminamos entonando a voces, compartiendo una aciaga mañana, el mejor estribillo para los días oscuros… but everybody hurts sometimes… Y mirándonos, hold on, sonriéndonos, hold on, y emprendiendo la marcha ante el atasco que comienza a disolverse, nos gritamos, desgañitándonos… Everybody hurts… you´re not alone…
Sucediendo esas cosas, uno puede permitirse el lujo de llegar tarde a la reunión con una sonrisa en la cara y decir estupideces como “me quedé durmiendo, siento el retraso”.
jueves, 12 de febrero de 2009
25 años
jueves, 5 de febrero de 2009
Uno más

Dolores, conocida como una de las pulidoras de la Fuenseca, y Rafael, hijo del dueño de la taberna Los Palcos, en Cardenal González, tenían su primer hijo en la calle Juan Rufo, muy cerca de la Fuenseca. Seguirían la tradición de llamarle Rafael para que, veintiséis años más tarde, él se la saltara a la torera conmigo.
lunes, 2 de febrero de 2009
Forever Young
año1.
(Del lat. annus).
1. m. Astr. Tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol. Equivale a 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos.
2. m. Período de doce meses, a contar desde el día 1 de enero hasta el 31 de diciembre, ambos inclusive.
3. m. Período de doce meses, a contar desde un día cualquiera.
También podría definirse como periodo de tiempo en el que se han generado 92 posts en este blog y más comentarios de los que podría esperar. Este blog surgió para una función concreta y de momento la he visto cumplida. No sé si cumplirá más años o no, todo esto acabará cuando deje de ser divertido, cuando ya sólo sea una obligación más, una rutina más, cuando las calles estén demasiado vacías como para ni inspirar algo medianamente deprimente. Otra de las razones por las que surgió era por la de hacerme sentir más cerca, ser algo cotidiano para la gente que no puedo estar a su lado. Un año y no sé cuántos más vendrán... este blog nació sin fecha de caducidad, pero supongo que algún día acabará. Dure lo que dure, este año, de momento, ha sido un placer y espero seguir cumpliendo años manteniendo el mismo espíritu.
Gracias a los que han dejado comentarios, a los que leen este blog en silencio (si es que los hay), a los que me animan a continuar y a todos los que me rodean, tanto física como emocionalmente porque también son una razón más.
A.B.
domingo, 1 de febrero de 2009
Paseos por la ciudad: Just a walk

Cierro los ojos y tengo 11 años, llevo una carpeta en la mano y el sol en los ojos. La plaza de la Magdalena, aún sin arreglar, no invita al descanso ni a los botellones en el césped. El cine de verano aún está activo y doblo su esquina adentrándome en los callejones empedrados que serpentean, se estrechan, aquella esquina siempre con los mismos graffitis. A la izquierda, cuando ya la calle se abre, hay un cocherón donde se venden pestiños los sábados. Con el tiempo descubrí que eran padres de un chaval repetidor que coincidió un año conmigo en ¿sexto? ¿séptimo? Ahora da igual, seguramente nos veríamos por la calle y ni nos saludaríamos. Después está la casa de esa chica rubia con ortodoncia que tanto gusta a todos.
Encarnación Agustina, Gutiérrez de los Ríos, Pedro López... así se evita el Lorenzo, porque con once años aún no tienes gafas de sol y aprendes a utilizar la estrechez de las calles. A pesar de no pasar por ella, se siente la Corredera, que queda a la izquierda, unas casas más allá, como un ente que desprende una fuerza atrayente enorme. El Huerto de San Pablo, que el Ayuntamiento abrirá con los años aún es algo inexistente, solo un portalón al final de una calle sin salida a la derecha. Finalmente, salgo a Capitulares, donde un puñado de columnas y capiteles romanos sostienen un cielo despejado. De nuevo el sol.
Sigo subiendo por Claudio Marcelo -Calle Nueva- y siento que ya es tarde. Las seis menos cinco.
Zafra Polo ya es historia en su perfecta esquina con María Cristina y el edificio de enfrente, justo en la esquina opuesta de la calle, ya está abandonado (hoy, sigue igual, aunque ya está proyectada su rehabilitación). La cuesta cuesta, C&A todavía resiste y el instituto Góngora me da la bienvenida a las Tendillas. Dos minutos para las seis.
El Gran Capitán a caballo rige el tráfico circular de la plaza. Las paradas de autobús, a ambos lados de la plaza, son refugio en días de lluvia. A la derecha, la Unión y el Fénix; a la izquierda, el bingo; y al frente el reloj. Definitivamente: llego tarde. Cruzo la plaza por el centro a paso ligero, esquivando autobuses, coches y palomas. La calle Gondomar, peatonal, me engulle; el Central Hispano aún hace esquina, justo en frente de la farmacia de Félix. Tengo que apretar el paso para recorrer la calle en apenas segundos y llegar al boulevard. Doblo la esquina a la izquierda, tomando el lateral de la iglesia de San Nicolás. Es la calle San Felipe. Ya estoy.
Sin saber cómo, me encuentro subiendo escalones de dos en dos, jadeando casi, y, por supuesto, sudando como un cosaco. La puerta, como siempre, está abierta. Saludo a Bartolomé, que me señala el reloj, "lo siento, lo siento". Paso por la sala como una exhalación y abro la puerta de la clase sin llamar.
- Good afternoon... I´m sorry...
- Don´t worry, Álvaro...
Las clases de inglés eran una excusa más para pasear.