domingo, 1 de febrero de 2009

Paseos por la ciudad: Just a walk


Cierro los ojos y tengo 11 años, llevo una carpeta en la mano y el sol en los ojos. La plaza de la Magdalena, aún sin arreglar, no invita al descanso ni a los botellones en el césped. El cine de verano aún está activo y doblo su esquina adentrándome en los callejones empedrados que serpentean, se estrechan, aquella esquina siempre con los mismos graffitis. A la izquierda, cuando ya la calle se abre, hay un cocherón donde se venden pestiños los sábados. Con el tiempo descubrí que eran padres de un chaval repetidor que coincidió un año conmigo en ¿sexto? ¿séptimo? Ahora da igual, seguramente nos veríamos por la calle y ni nos saludaríamos. Después está la casa de esa chica rubia con ortodoncia que tanto gusta a todos. 

Encarnación Agustina, Gutiérrez de los Ríos, Pedro López... así se evita el Lorenzo, porque con once años aún no tienes gafas de sol y aprendes a utilizar la estrechez de las calles. A pesar de no pasar por ella, se siente la Corredera, que queda a la izquierda, unas casas más allá, como un ente que desprende una fuerza atrayente enorme. El Huerto de San Pablo, que el Ayuntamiento abrirá con los años aún es algo inexistente, solo un portalón al final de una calle sin salida a la derecha. Finalmente, salgo a Capitulares, donde un puñado de columnas y capiteles romanos sostienen un cielo despejado. De nuevo el sol. 

Sigo subiendo por Claudio Marcelo -Calle Nueva- y siento que ya es tarde. Las seis menos cinco.

Zafra Polo ya es historia en su perfecta esquina con María Cristina y el edificio de enfrente, justo en la esquina opuesta de la calle, ya está abandonado (hoy, sigue igual, aunque ya está proyectada su rehabilitación). La cuesta cuesta, C&A todavía resiste y el instituto Góngora me da la bienvenida a las Tendillas. Dos minutos para las seis.

El Gran Capitán a caballo rige el tráfico circular de la plaza. Las paradas de autobús, a ambos lados de la plaza, son refugio en días de lluvia. A la derecha, la Unión y el Fénix; a la izquierda, el bingo; y al frente el reloj. Definitivamente: llego tarde. Cruzo la plaza por el centro a paso ligero, esquivando autobuses, coches y palomas. La calle Gondomar, peatonal, me engulle; el Central Hispano aún hace esquina, justo en frente de la farmacia de Félix. Tengo que apretar el paso para recorrer la calle en apenas segundos y llegar al boulevard. Doblo la esquina a la izquierda, tomando el lateral de la iglesia de San Nicolás. Es la calle San Felipe. Ya estoy.

Sin saber cómo, me encuentro subiendo escalones de dos en dos, jadeando casi, y, por supuesto, sudando como un cosaco. La puerta, como siempre, está abierta. Saludo a Bartolomé, que me señala el reloj, "lo siento, lo siento". Paso por la sala como una exhalación y abro la puerta de la clase sin llamar.

- Good afternoon... I´m sorry...

- Don´t worry, Álvaro...

Las clases de inglés eran una excusa más para pasear.

1 comentario:

Juan Eme dijo...

ME QUITO EL SOMBRERO, MISTER ALVARO