domingo, 1 de marzo de 2009

Lugares comunes: La crueldad de los parques



Recuerda su nombre con cierta amargura. Despertarse temprano nunca le ha resultado fácil. Y odia hacer el camino al instituto. Normalmente da un rodeo para evitar pasar por el parque. Si no lo hace le resulta inevitable recordar ese verano.

Aquel fue el verano de las palomitas con sabor a kétchup, de las clases particulares de matemáticas e inglés y el verano de las coca-colas de dos litros en grupo. También fue el verano que triunfaron las Spice Girls con su Wannabe, pero, sobre todo, fue el verano que dejó su nombre grabado en todos los árboles del parque. Uno por uno. Porque sí. Quizás porque, durante dos semanas, fue el chico de su vida. Porque la vida por aquel entonces era así: dos semanas eran la eternidad y se podían condensar en una canción y doscientos besos sobre los bancos de aquel jardín a medio cuidar.

Hoy, al pasar por el parque, camina deprisa, mochila a cuestas, con la vista en sus propios pies para no ver nada de ese verano. Sube la música de su walkman para intentar no pensar en nada. Aborrece el ruido de la fuente, el olor de algún naranjo, ese aire contaminado de recuerdos… comenzó a odiarlo hace un par de años ya. Desde el día que él decidió no continuar. Una extraña sensación de prisa le asalta. Acelera el paso y maldice los besos de ese verano, el desengaño lejano. Piensa –a esa edad aún se tiene la certeza –que no le volverá a pasar…

Los parques guardan una crueldad que ellos mismos desconocen. Es la crueldad de la belleza escondida en el fondo de los estanques, de esa decadencia otoñal de hojas secas y flores marchitas; la crueldad de la soledad y el moho de los bancos a las ocho de la mañana, de la humedad del césped medio abandonado y de la umbría tristeza del silencio de las noches… La crueldad de los parques reside en los nombres malditos grabados en los árboles y en cada rincón secreto que guarda el primer beso de dos adolescentes que siempre acabarán odiándose.

Algún día ella crecerá, se convertirá en la mujer que desea ser y él, estancado en aquel verano, seguirá siendo el mismo imbécil. Entonces seguirá resultándole dificil despertarse temprano y un día, quizás de camino al trabajo recuerde ese tiempo, aquel parque, y cuando le venga su nombre a la cabeza es posible que dibuje una sonrisa a medias porque sienta la importancia real de aquello. Ninguna. Y se sentirá feliz. Será durante un instante. Después caerán las hojas, sonará el rumor de las fuentes, y será consciente de que llegará tarde a la oficina. En el ipod, muy posiblemente, suene el Fake plastic trees y se le alegrará el día…

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