lunes, 29 de junio de 2009

"Caricias": Drama urbano en 3 servilletas (II)

Servilleta "Caricias" roja # 2:

El presente

En invierno en la Plaza de la Corredera ponen terrazas los bares los días que hace sol y yo acostumbro a sentarme en este que hace esquina, porque es donde te ponen las aceitunas más grandes con el hueso más pequeño. Helada la cerveza y la conciencia, he tratado de olvidarme de ella, concentrarme en el reloj de la plaza –las doce y veinte –y todo lo que he conseguido es sentirme noviembre.

Un minuto y veintitrés segundos más tarde el azar ha vuelto y ella ha reaparecido detrás de un sorbo de cerveza convirtiéndose en martes soleado en esta Plaza. Ahora está sentada en la mesa que hay frente a la mía, lee un libro de bolsillo y ha descubierto los tintos de verano. A mí me ha dado por gastar servilletas escribiendo todo esto, llevo media hora, dos cervezas y los mismos cigarrillos. A ella le he contado siete páginas, cinco sonrisas y una ilusión. De sus parpadeos ya he perdido la cuenta. No hago más que mirarla convenciéndome de lo evidente y tratando de que ella también se dé cuenta de ello, se levante, se acerque a mí y me diga lo que espero que me diga, así, casi todo de seguido, sin pausas... Algo como hola, ¿qué tal estás? ¿me reconoces? Soy yo. La mujer de tu vida.

domingo, 21 de junio de 2009

"Caricias": Drama urbano en 3 servilletas (I)


Servilleta "Caricias" azul #1:
El pasado

Te encontré en una plaza del centro, bebiendo de una de esas fuentes públicas. Tú serías belga, francesa o italiana, o quizás franco-italiana, como esas producciones que ponen en La2 los martes de madrugada. En cualquier caso, no era martes, ni madrugada y yo no sabía de donde venías tú ni hacia donde iba yo.

Te seguí a hurtadillas mientras dirigías tus pasos hacia el barrio viejo, calles empedradas, estrecheces encaladas, y tus huellas me sabían a algo más dulce que la casualidad. Mi instinto desafinaba una canción improvisada sobre el azar y los desencuentros que éste provoca y tú no hacías más que mirar al cielo y no, no parece que vaya a llover, vaya: ya he echado el chubasquero para nada.

Pronto acabaste confundiéndote con los de tu especie, turistas de a pie, con mochila a cuestas, unos con cámara de fotos, otros con guías de viaje, tú con tu mirada desconocedora de alrededores y, en un segundo, te perdí.

Olía a azahar, había rumor de fuentes y de gentes, sonaban campanas de misa, las doce del medio día, la calle estaba a rebosar de viajeros y yo me quedé desolado, vagando por las calles de alrededor, buscando desesperadamente una cara que se pareciera a la tuya, una Dorothy sin trenzas y sin pecas caminando por el sendero de baldosas amarillas que no eran ni baldosas ni amarillas, sino cantos rodados que chisporroteaban al roce del sol. Me sentí irresponsable –cómo has podido perderla, dejarla marchar –era la multitud, me despisté –no, no hay excusas, deberías encontrarla.

Pero no, no había manera…

Desolado, frustrado y decepcionado, necesitaba despejarme... ¿una cerveza?

Me respondí "que sí".

...continuará.

Foto: Extraída de Flickr - usuario violetí©

jueves, 7 de mayo de 2009

Van a por nosotros

Conocí a Juanma en un curso de teatro. Su improvisación del albañil-poeta me dejó K.O. y tuve que acuñar para él las siglas J.M.G., que él y algunos pocos más entienden. Juanma, como yo y, probablemente como tú, gastamos nuestro tiempo en un trabajo alienante sabiendo que tendríamos mejores cosas que hacer... Necesitamos trabajar tanto como realizar esas "mejores cosas". Una necesidad, la primera, es méramente económica. La otra, gastroduodenal, visceral, casi vital.

Juanma me presentó a Miguel. De esto, ya digo, hace muchísimo tiempo. Miguel tenía un proyecto: Felicidad Concreta, y yo iba a ser el Dios más parecido a John Malkovich. La Felicidad nunca se concretó, pero gracias a Juanma conocí a Miguel que me hizo conocer, cuando aún existían las casettes que se podían grabar de pletina a pletina, a los Accidentis Polipoetics.

¿Y qué tiene que ver el título con todo esto? ¿Y qué tiene que ver el primer párrafo con el segundo?

Pues eso, nada...

Pero escuchad: van a por nosotros.


Lugares comunes: CC.CC.

Un hombre con bigote. Una mujer con cara de hombre con bigote. Luces. Dos filas de ascensores, PAPELERA, escaleras mecánicas, Cafetería. Salida de emergencia. Una mujer que se parece a la del telediario del mediodía de Cuatro. Un Burger King. Por los altavoces, el último gran éxito de Estopa. Gente. Mucha gente. OFERTAS, REBAJAS, ULTIMOS DÍAS. Liquidación por traspaso. Tiendas. Un niño muy feo en un carrito de la compra. Le saca la lengua. Se vuelve para evitar su mirada mantenida. Más tiendas, otra Cafetería, una zapatería. “Mamá”, susurra…  Comienza a andar sin dirección concreta. Más gente. Con bolsas en las manos, en los ojos, nadie lo observa. Busca carteles que indiquen “MAMÁ”, así, con letras grandes: SALIDA. CAJAS Ì. PLANTA 1. ASEOS. HOMBRES. MUJERES. MENÚ DEL DÍA. PROMOCIÓN. PLANO DE SITUACIÓN. ZCAJERO AUTOMÁTICO. SUPERMERCADO SU COPIA DE LLAVES EN UN MINUTO. 'PRENSA. GOLOSINAS. (¡Golosinas!) AGENCIA DE VIAJES. çACCESO PARKING. GRACIAS POR SU VISITA. INFORMACIÓN… (¡Información!) Nadie tras el mostrador. ¿Hola? Una cabeza de pelo rizado asoma sonriendo. Hola, pequeño, ¿te has perdido?

Entonces recuerda a mamá y sus frases célebres: “Tápate la boca”, “lávate los dientes”, “eso no se toca”, “tu padre era un cabrón”… “¡NO HABLES CON EXTRAÑOS!”

Decide echar a correr.

Para entonces, Antonia Serrano, madre de la criatura y auxiliar de enfermería en una clínica de cirugía estética, ha llegado al otro extremo del Centro Comercial, correteando a lágrima viva, ha llamado –aún no se sabe por qué –a su madre, que está de crucero con su nuevo, flamante y septuagenario novio, abogado retirado y padre de –nada más y nada menos- ocho hijos, todos varones. También le ha dado tiempo de ver un bolso de piel buena de rebajas, una falda muy mona con un estampado ideal y una oferta bárbara de 4 días en Praga… pero todo de soslayo, mientras lloraba y hablaba con su madre por el móvil “mamá, he perdido a Fran, ¡he perdido a Fran!”.

Para entonces, a Fran le ha encontrado un tío con pinta de guardia de seguridad y comportamiento de comisario de policía. “Verá usted, señor agente, mi madre es un desastre y mi padre es un cabrón”.

-          No te preocupes, chaval, los padres son así. Al mío lo tengo de crucero con una abuela que conoció por internet. Están todos locos.

Por el altavoz, interrumpiendo el principio de Nothing compares 2u de Sinead O'connor, que sonaba en todo el Centro Comercial, una voz erótica articula, en perfecto castellano “Atención: rogamos a la madre del niño Francisco Bermúdez Serrano se persone en mostrador de Información”. 

domingo, 3 de mayo de 2009

Mayo cruel


En Mayo esta ciudad duele más de lo normal.

Si Abril nos dejaba versos, Mayo se desparrama en ternura de color rojo y el aroma más embriagador. He dicho mil veces que esta ciudad es cruel, no tiene compasión, es insoportable disfrutarla sabiendo que has de dejarla.

Durante este mes despliega todas sus armas, sus artificios, sus trucos de azahar, sus explosiones de buganvilla…

Me coge, me zarandea, me arrastra por cada lugar marcado con una cruz en rojo y me muestra el lado más bello de la felicidad, invitándome a la permanencia, a la perpetuidad de las noches en vela…

Después me sienta en esta silla, aún aturdido, porque tanta belleza hiere, y me hace escribir líneas adorando cada rincón que traspira primavera, cada fragmento urbano de motivos florales…

Entonces descubro que detrás de todas esas líneas existe un poema.

Y sí, el poema también duele. Tanto como los puntos aparte o los centímetros que nos separan.

sábado, 18 de abril de 2009

Consumirme


Esta habitación en penumbra y tu silencio acabarán volviéndome loco cambia de canal la tele suele ser aburrida los sábados por la tarde y la cama desordenada me inspira ideas insanas es posible que Muse me siga la corriente para descubrir tu precisa teoría sobre el origen de la simetría a uno y otro lado de tus piernas existen miradas que producen tormentas solares y gestos tuyos en los que siempre adivino tus besos en formato rar después siempre desaparecen las camisas y los calcetines haces trucos de magia con mis botones on/off se bajan persianas y cremalleras e imagino que la habitación de hotel es una tarjeta USB sin memoria a largo plazo la cisterna gotea yo odio la moqueta y tu descomprimes los archivos de tus labios para esparcirlos por nuestra 322 porque esta habitación siempre será nuestra 322 take it easy el efecto es casi de sicodelia sinestesia de caricias elípticas y metálicas palabras que son luces de color efecto 80’s primero tu movimiento es tipo hooverphonics siguen las luces me ciegan ruedan canicas alteraciones del sueño maniobras de escapismo síndrome de abstinencia la dosis perfecta la felicidad violenta tu sonries boca abajo ‘cos I love you  silencio observo en tu espalda las finas líneas de luz paralelas que deja pasar la persiana eres un código de barras humano y yo me debato entre consumirte o consumirme contigo

lunes, 13 de abril de 2009

Reconstruirse (Las tardes del Jazz)

Un café y dos cervezas pueden durar toda una tarde. Y a veces uno quisiera que las tardes durasen días y que los días se hiciesen infinitos… y más allá. Cada tarde del Jazz (yo ya las llamo así) me reconstruye, me reafirma.

Un café y dos cervezas pueden durar toda una tarde, o convertirle a uno en el espejo de su alma. El ciudadano B adora las tardes del Jazz, reconstruirse, proyectarse en el resto de personajes que comparten su mesa y comulgar con ellos en el mejor de los proyectos. Después, sale a la calle comiéndose el mundo, reinventando historias o sin sentirse deshabitado. La ciudad, entonces, ya no es sólo ese espíritu que le rodea, esa heroína amarga que le obliga a consumir cada poco tiempo, ni siquiera es sólo un lugar –el lugar- , sino también el sueño y la meta impuestos por necesidad, el futuro, el aliento… la verdad.

La verdad, esa que siempre nos alcanza.

Y la verdad es que el ciudadano B abandona la ciudad y la ciudad continúa su marcha, su cosmoprogramación, su inercia de versos, prosas y páginas escritas. Y morderse la lengua siempre es poco, y el fastidio natural, y el peso de perderse, no uno, ni dos, sino mil eventos en otros tantos rincones imprescindibles. Esa es la verdad.

martes, 7 de abril de 2009

Apatía temporal

A veces pasa que no pasa nada... y eso me entristece.

Odio que los días -antaño especiales- pasen sin más.
Espero que mañana la vuelta nos devuelva a la normalidad merecida


viernes, 3 de abril de 2009

Lugares comunes: el espacio aéreo.


Despegaba del suelo de forma brusca, en décimas de segundo perdía el contacto con tierra firme: comenzaba el vuelo. Las sienes le latían cada vez más fuerte, la respiración se aceleraba al mismo ritmo que sus pulsaciones y sentía un raro hormigueo en las puntas de los dedos y en la boca del estómago.

Aquel día la predicción meteorológica no había errado su pronóstico: “Cielos despejados, alguna nubosidad leve en la tarde sin riesgo de precipitaciones. Temperaturas en ligero ascenso.” El vuelo transcurriría con total normalidad. El verano le sienta bien a los vuelos low-cost.

La ciudad, desde allí arriba, se veía distinta, alejándose poco a poco, como un apéndice que el espacio aéreo entre su cuerpo y el suelo iba extirpándole no sin dolor. Pero el viaje, lo sabía, merecería la pena. A sus diez años, los vuelos eran algo realmente emocionante, si bien la sensación de estar suspendido en el aire no le resultaba del todo agradable. De cualquier forma, para él esos viajes tenían un aliciente claro. Sentía el corazón en el pecho bombeándole, alguna gota de sudor frío, calambres en las piernas, sequedad en la boca… pero todo esfuerzo se vería recompensado, cualquier sacrificio era nimio con lo que esperaba al final del viaje.

Cuanto más se acercaba al destino, mayor era el número de palpitaciones. Sabía que quedaba poco, que pronto habría acabado todo.

Efectivamente, el vuelo tocó su punto álgido, y pasado un corto periodo de tiempo, pisar tierra firme fue todo un hecho. Jadeó un poco mientras se inclinaba sobre sus piernas, se secó el sudor y, sin apenas aliento, sonrío mirando a su compañero que esperaba una respuesta. Él asintió y el otro se propuso iniciar, ahora él, el viaje por el espacio aéreo junto a la tapia de la terraza de aquel ático. Superar su línea de visión era todo un reto a los diez años, pero con la ayuda del otro, que utilizaba las manos como apoyo a sus pies, conseguir un salto más potente era pan comido. El premio por conseguir superar la línea de visión de la tapia era la visualización durante lo que serían centésimas de segundo, suspendidos en el aire, en el punto más alto del salto vertical, de la imagen del topless veraniego de la vecina de al lado en su brevemente invadida intimidad. Merecía la pena el sudor del esfuerzo, las palpitaciones extremas, la invasión del espacio aéreo compartido.

martes, 31 de marzo de 2009

El apagón inesperado

Lo mejor de que haya un apagón en una noche como ésta es la oportunidad que te brinda de leer el libro de turno a la luz de una vela. Cuando vuelve la luz, uno decide que la experiencia merece una entrada.

Lluvia. Las calles oscuras. Los balcones empapados. Y cortinas adentro, una llama tenue ilumina un Mundo de bicicletas, Vitaminas y barrios de gente muerta. La página 70 arde en el sofá cuando se hace la luz (eléctrica), estropeándome el momento oscuro de la noche a oscuras.


jueves, 26 de marzo de 2009

Ayer


Ayer hizo diez años que cumplió cinco. Hace diez años la felicitaba con besos, le contaba alguna historia, la subía a hombros... Ayer hacía diez años que cumplió cinco y sólo pude llamarla por teléfono, hacerle un regalo común a distancia y enviarle un sms con 1000 besos. Ayer llevé un pellizco en la barriga gran parte del día. Después se me pasó. 

De momento me debe una cerveza y un abrazo. Ayer hizo diez años que cumplió cinco.

Ayer parecía que fue ayer.

Felicidades

martes, 17 de marzo de 2009

Escenas de un sábado por la tarde

Las terrazas se llenaban; tazas de café y vasos de cerveza se vaciaban; en la Corredera, una despedida de soltero traía al novio vestido de gitana barbuda con peluca rosa; el sol caía a plomo sobre el asfalto, se satisfacía el deseo de la multitud después de un invierno largo, el calorcito bañaba las fachadas y resbalaba a ras de calle, donde las camisetas de manga corta, las faldas y los hombros al aire, donde las cañas sudaban la espuma gorda. Alguien dormía la siesta a pierna tendida, otros aprovecharían el poco tiempo que tenían y una pareja, al menos una, miraba el río, disfrutaba de la brisa, la altura y la tranquilidad de una cafetería en horas tempranas de la tarde. Otros estudiarían, alguien llegaría a Urgencias con alguna urgencia y algún coche se escurriría a la sombra de un aparcamiento del centro comercial. La judería se llenaba de extranjeros con sombreros y mapas con calles que siempre serpentean en su contra. Los cines no hacían su agosto en primavera y sí los puestos de caracoles de la Magdalena y Padres de Gracia. Cientos de mensajes SMS volaban invisibles por la atmósfera cálida de marzo y cientos, tal vez miles, de visitantes se besaban al sol. Se derretían los cubitos en los tubos y las tan de moda “copas-balón”, se encendían cigarrillos y miradas, se soltaban suspiros, soplidos, globos al aire; se escuchaba el murmullo de la gente en las calles, alguna música lejana, a veces el aire acariciando los toldos y sombrillas, el tilín-tilín de las cucharillas contra las tazas de café…

Y es que mientras hablábamos, mientras nos colectiactivábamos, planeábamos y proyectábamos,  sucedían tantas cosas que era imposible darse cuenta de todo. Desde aquella mesa del Jazz-café, todo nos era ajeno sin serlo, Jesús tomaba fotos, la aprendiz se encendía un cigarrillo y yo… yo me sentía ser quien quiero ser.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Mi frase preferida del día

"Tengo poca batería y una hora para tomarme un café contigo, ¿qué dices?"

A través del móvil, cerca de la facultad... 

...has dicho que sí.

martes, 3 de marzo de 2009

Paseos por la ciudad II: Paseos pasados imposibles.

Te buscaría por San Lorenzo, vagando por las calles adoquinadas del barrio que me vio hacerme mayor. Podría encontrarte en el exterior, en la parte de atrás, por ejemplo, en el ábside, contando modillones de rollos o imaginando los colores de las vidrieras reflejados en el interior por el sol del mediodía. Después te cogería de la mano y nos alejaríamos dándole la espalda a la espalda de la iglesia. Nos refugiaríamos en la calle del Trueque, donde te cambiaría un beso por una sonrisa y decidiríamos dirigirnos a San Juan de Letrán. 

Calle Montero y Rivas y Palma, donde los adoquines no existen nunca y donde cada casa esconde una historia antigua de humildad y noches de carnaval. La calle Costanillas serpentea buscando la Piedra Escrita donde siempre paro a beber agua libando de la boca de un león. Tú me mirarías, yo sonreiría y el agua me empaparía entero, facilitando la existencia del mediodía de marzo. Bajaríamos de nuevo por Cárcamo hacia San Agustín, donde siempre me preguntaré por qué no le lavan la cara nunca. Por Rejas de Don Gome, venceríamos la tentación de entrar a Viana pero no la de mirar a través de sus ventanas cerrando los ojos y agudizando el oído en busca del rumor de estanques y fuentes. Enrique Redel siempre nos llevaría al Realejo donde siempre echaré en falta a alguien en un balcón de una segunda planta, con la bata y la sonrisa puestas, agitando la mano, tal vez. En otro tiempo, podríamos haber terminado tomando cañas que nos tiraría Pepe Calero en el 89 o sentados en la plaza de San Andrés contándote una leyenda de fantasmas que cuentan sobre la casa de Los Villalones, un pequeño palacio muy cerca de allí... Podría haber sido un paseo matutino, si hubiéramos faltado a clase en el instituto y tu y yo nos hubiéramos conocido en aquella época. Yo odiaba la física, tú las matemáticas y ambos, tal vez, habríamos descubierto una química distinta a la sombra de las callejas estrechas.

domingo, 1 de marzo de 2009

Lugares comunes: La crueldad de los parques



Recuerda su nombre con cierta amargura. Despertarse temprano nunca le ha resultado fácil. Y odia hacer el camino al instituto. Normalmente da un rodeo para evitar pasar por el parque. Si no lo hace le resulta inevitable recordar ese verano.

Aquel fue el verano de las palomitas con sabor a kétchup, de las clases particulares de matemáticas e inglés y el verano de las coca-colas de dos litros en grupo. También fue el verano que triunfaron las Spice Girls con su Wannabe, pero, sobre todo, fue el verano que dejó su nombre grabado en todos los árboles del parque. Uno por uno. Porque sí. Quizás porque, durante dos semanas, fue el chico de su vida. Porque la vida por aquel entonces era así: dos semanas eran la eternidad y se podían condensar en una canción y doscientos besos sobre los bancos de aquel jardín a medio cuidar.

Hoy, al pasar por el parque, camina deprisa, mochila a cuestas, con la vista en sus propios pies para no ver nada de ese verano. Sube la música de su walkman para intentar no pensar en nada. Aborrece el ruido de la fuente, el olor de algún naranjo, ese aire contaminado de recuerdos… comenzó a odiarlo hace un par de años ya. Desde el día que él decidió no continuar. Una extraña sensación de prisa le asalta. Acelera el paso y maldice los besos de ese verano, el desengaño lejano. Piensa –a esa edad aún se tiene la certeza –que no le volverá a pasar…

Los parques guardan una crueldad que ellos mismos desconocen. Es la crueldad de la belleza escondida en el fondo de los estanques, de esa decadencia otoñal de hojas secas y flores marchitas; la crueldad de la soledad y el moho de los bancos a las ocho de la mañana, de la humedad del césped medio abandonado y de la umbría tristeza del silencio de las noches… La crueldad de los parques reside en los nombres malditos grabados en los árboles y en cada rincón secreto que guarda el primer beso de dos adolescentes que siempre acabarán odiándose.

Algún día ella crecerá, se convertirá en la mujer que desea ser y él, estancado en aquel verano, seguirá siendo el mismo imbécil. Entonces seguirá resultándole dificil despertarse temprano y un día, quizás de camino al trabajo recuerde ese tiempo, aquel parque, y cuando le venga su nombre a la cabeza es posible que dibuje una sonrisa a medias porque sienta la importancia real de aquello. Ninguna. Y se sentirá feliz. Será durante un instante. Después caerán las hojas, sonará el rumor de las fuentes, y será consciente de que llegará tarde a la oficina. En el ipod, muy posiblemente, suene el Fake plastic trees y se le alegrará el día…

sábado, 28 de febrero de 2009

Marzo y sus Asesinos

Febrero termina con la satisfacción del trabajo bien hecho, unas lluvias nocturnas y tímidas y la vista puesta en un marzo lleno de eventos.

Hoy toca sábado de celebración, de despedida del mes, de día 28, de previa a Marzo y sus Asesinos, de ver a gente que hacía tiempo no veía. Cualquier excusa es buena. Una casa de campo, una nevera llena de cervezas y una barbacoa a todo gas... el plan perfecto para un sábado nublado.

Os dejo en buena compañía...



22 de Marzo. Madrid... la entradas a buen recaudo.


miércoles, 18 de febrero de 2009

Hoy te toca a ti

Hace unos días le tocó a él. Hoy a ti.

Fue en Cañero, en la casa donde vivían tus padres. Me lo acaba de decir por teléfono la madre que -aquel día- te parió. A esperas de verte este fin de semana y celebrarlo como propongas, hoy lo he celebrado con cena especial: flamenquín con patatas.
 
No voy a decir cuántos, pero FELIZ CUMPLEAÑOS.

lunes, 16 de febrero de 2009

Lugares comunes: los atascos

A tempranas horas de la mañana la autovía es un infierno.

Intentar acceder a la ciudad en hora punta de la entrada al trabajo es una empresa harto difícil, no más, eso sí, que la de tratar de llegar puntual a la reunión de los lunes a primera hora.

Aquel lunes la alarma del teléfono móvil había conspirado contra mí y mi rara manía de llegar temprano a la oficina. Mi tenaz negativa a instalar el gas ciudad –pese a la insistencia de la compañía –hicieron que tuviera que salir a medio de la ducha para cambiar la bombona y conseguir terminar de desenjabonarme, todo ello retrasó algo más mi salida de casa. La primera tostada se me quemó mientras trataba de plancharme la camisa, a la que le descubrí una mancha cuando peleaba contra una arruga en la zona del pecho. La segunda tostada también se hizo carbón porque sigo sin comprarme el tostador con temporizador y porque a los zapatos, antes de las reuniones de los lunes con los superiores y según mis propias rutinas auto-impuestas, hay que echarles crema e intentar –siempre sin éxito por mi parte –sacarles brillo.  Finalmente, preferí quedarme sin desayunar a correr con el riesgo de echar a arder la casa por una maldita tostada. Antes de salir perdí otros cinco minutos localizando las llaves del coche que, como siempre, no recordaba que las había dejado en el bolsillo derecho del abrigo: la mesilla de noche, el cenicero del mueble del salón, el cajón debajo del televisor… ¡Ah, sí! ¡En el bolsillo del abrigo! La mañana no podía empezar peor: llegaría tarde a la reunión.

Las escaleras, llegue tarde o no, siempre las bajo de dos en dos y la puerta del garaje suele abrirse cuando le pulso al botón correspondiente del mando, que guardo, normalmente, junto al freno de mano. No estaba. Y no estaba porque Murphy siempre lleva la razón…  Tras unos segundos de angustia lo encontré en el bolsillo, esta vez izquierdo, del abrigo. Para dar la vuelta a la ciudad tengo que coger la autovía por esa avenida tan grande de dos carriles, que aquella mañana al ayuntamiento se le había ocurrido empezar a arreglar ciertos desperfectos que llevan años en la calzada, muy cerca de la acera. Un solo carril, salgo con retraso, y delante el autobús. Tardo tres minutos más de lo normal en salir a la circunvalación. Si la primera hora del día ha sido funesta, ¿qué me espera más allá?

Decido no escuchar las noticias, por si dicen que me he muerto por una explosión de gas en el edificio o por indigestión con el chopped de la cena. También es posible que anuncien la llegada de una ola gigantesca a la ciudad en pocos minutos. Cambio de dial mientras salgo de la autovía, …Sometimes everything is wrong, una canción a medias me alegra un poco el día y yo empiezo a tararear suavemente en torpe inglés. He recorrido solo dos kilómetros y el tráfico se hace más y más denso… now it's time to sing along  hasta detenerse. Luces de emergencia,… when your day is night alone freno, hold on, espejo, hold on, reloj: A cinco minutos del tiempo estipulado del inicio de la sesión… If you feel like letting go todo empieza a darme igual, empiezo a cantar más fuerte, bajo las ventanillas. La canción avanza y subo el volumen hasta tapar el ruido del tráfico… Well, everybody hurts, sometimes… Y entonces, everybody cries, la magia: un Polo Azul, también con las ventanillas bajadas, frena a mi lado, superponiendo el volumen de su Radio-Cd al mío, en el que tiene sintonizada la misma emisora que yo.

Ambos terminamos entonando a voces, compartiendo una aciaga mañana, el mejor estribillo para los días oscuros… but everybody hurts sometimes… Y mirándonos, hold on, sonriéndonos, hold on, y emprendiendo la marcha ante el atasco que comienza a disolverse, nos gritamos, desgañitándonos… Everybody hurts… you´re not alone…

Sucediendo esas cosas, uno puede permitirse el lujo de llegar tarde a la reunión con una sonrisa en la cara y decir estupideces como “me quedé durmiendo, siento el retraso”.

jueves, 12 de febrero de 2009

25 años

Los que bien me conocen saben mi debilidad por la obra de Cortázar. En mi visita a París, en Agosto del 2008, llegué a su tumba casi por casualidad. Hoy, 25 años después de su muerte, me es inevitable rendirle este pequeño homenaje: El famoso capítulo 7 de Rayuela, el capítulo del beso...

"Toco tu boca..."





Rayuela... de la tierra al cielo en 8 pasos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Uno más


Dolores, conocida como una de las pulidoras de la Fuenseca, y Rafael, hijo del dueño de la taberna Los Palcos, en Cardenal González, tenían su primer hijo en la calle Juan Rufo, muy cerca de la Fuenseca. Seguirían la tradición de llamarle Rafael para que, veintiséis años más tarde, él se la saltara a la torera conmigo.
 
Hace sólo 56 años, aunque esté feo decirlo. Cualquiera lo diría.

Feliz cumpleaños, papá. Y bienvenido a tu nueva vida... la disfrutaremos, seguro.

Besos y abrazos... de esos fuertes y largos.