miércoles, 3 de septiembre de 2008

Lugares comunes: Cajeros Automáticos

La policía lo encontró medio desmayado, sentado en el suelo, con la mano apoyada en la ranura del dispensador de billetes y la espalda recostada contra la pared. Le caían babas sobre el polo azul marino y el pie derecho, intermitentemente, temblaba como si de un estertor se tratase. Los agentes dudaron si llamar al 112 o no.
Un vagabundo salía del habitáculo con un par de cartones y un “este pirado no me ha dejado dormir en toda la noche” farfullando en la boca. Después, mientras esperaban a la ambulancia, uno de los polis tuvo que tomarle declaración. Se había gastado 15 céntimos de su colecta de limosnas diaria en llamar a la pasma, pero debían ser los 15 céntimos mejor invertidos en meses.
Ese tío no me dejaba dormir, señor agente, que hay mucho loco suelto, usted ya sabe.
Martínez retrocedió cuando el declarante sacó un moco del tamaño de un garbanzo de su prominente nariz barbuda. Sin saber qué hacer con él, lo hizo desaparecer por algún lugar a sus espaldas.
Como le iba diciendo, llegó… tan normal… buenas noches… y yo: buenas noches… Y le voy a decir una cosa, señor agente: que éste que está aquí sólo se mete ahí porque es invierno y usted ya sabe… que si no… Total, que el tío entró y yo ni caso, media vuelta y a dormir.
Flores, el compañero de Martínez, trataba de hacer reaccionar al individuo que había quedado dentro sin querer acercarse demasiado. Tímidamente trataba de llamarle, “caballero, disculpe”, “¿oiga?” pero no obtenía respuesta excepto otro espasmo violento de la pierna derecha. Echaba mano al micro de su emisora, “Aquí Flores, ¿para cuándo esa ambulancia?”
Y nada… tan tranquilo hasta que ¡Pom!, porrazo al cajero… ¡coño, que me despertó! Y mire usted, señor agente, que yo tengo un dormir profundo… pero si usted viera el golpe que le pegó… Y eso, que ya me espabilé y vi que el nota se iba poniendo algo más nervioso… que si unos golpecillos nerviosos, que si otro golpe fuerte… que si un me cago en la puta…
Trataba de tomar nota de todo, pero sabía que tenía que pararle los pies. Los pequeños detalles podían obviarse y pasar directamente a lo que le había pasado al individuo. Martínez se lo preguntó directamente.
Nada, usted ya sabe, señor agente, primero de mes, el muchacho, que si su nómina ya estaba ingresada, que si el digital plus, que si el recibo de la hipoteca que ha subido… en lo poco que conseguí entenderle, porque hablaba solo, señor agente, que yo no le dije nada… pues decía que tenía que pasar el mes con veinte euros, que estaban todos locos, que si Zapatero, que yo creo que de esto no tiene la culpa Zapatero, pero no le iba a llevar la contraria al pirado ese, que si esto no podía ser, que encima cada mes cobraba menos, que ahora qué, que a la mierda todo, que el hijo puta este me tiene que dar algo, que es un cabrón, ahí ya empezó con las patadas al cajero, señor agente, y empezó a darle a las teclas como un loco y a gritar como un poseso… Entonces le dije, ¿te quieres callar, hostias? Y ya le vi mala cara… unos ojos así… como de loco, usted ya sabe, que hay cada uno suelto por ahí… Y para quitarle hierro le ofrecí un poco de vino, porque uno es pobre, pero solidario, ¿sabe usted lo que quiero decir, no? Pero empezó a desvariar, hablaba de la letra del coche, la lista de la compra, el agua, la luz, de un tal Pedro el del bar… y se ha ahogado, señor agente, yo creo que es eso, porque el tío dale que te pego con el cajero, y “que me dés dinero, cabrón”, y venga a darle a las teclas, y venga a darle golpes, y aquello empezó a pitar, al tío le dio la tos y cuando me levanté para darle de hostias… ¡espuma por la boca que estaba echando y todo! Ahí lo vi claro… esto era cosa de las fuerzas del orden… usted ya sabe… y les llamé.
Martínez dudaba si ese “llamé” era con elle o con “i griega” cuando llegó la ambulancia. Dio por finalizada la declaración y entró en el cubículo para ver si reanimaban al individuo. Cuando vieron que las constantes vitales las tenía estables, no tuvieron más que meterlo en la ambulancia y llevárselo.
Le tocó a Flores llamar a M. T. E., 40 años, ama de casa y señora de J. R. F., para decirle que su marido que habían encontrado a su marido tirado en un cajero automático después de haber sufrido un ataque de ansiedad producido por un exceso de números rojos en sangre. Al parecer, la hiperventilación ocasionada por el correspondiente cabreo le llevó a la locura y, posteriormente, al desmayo. M. T. E. ni reaccionó. Colgó el teléfono y se echó a dormir.
A la mañana siguiente, cuando J.R.F. llegó a su casa, todavía convaleciente y medio adormilado por una intensa medicación, encontró una nota en la nevera.

“He ido a por tabaco y no volveré.
Llevo meses liada con David Cantero, el del Telediario.
Me ha prometido un viaje a Australia y no le he podido decir que no”.

Entonces pensó en cortarse las venas, pero estaba demasiado drogado. Lo dejó para después.

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