domingo, 12 de octubre de 2008

Lugares comunes: Cabinas de teléfono (1ª parte).

Tuvo que intervenir la policía. Una pareja de viandantes llamaron alertados y no tardaron en llegar un par de coches patrulla al lugar. La lluvia caía feroz aquella noche, jugando con las luces centelleantes, azules y rojas de los nacionales, dándole un aspecto más americano a la intervención de las fuerzas del orden. Tardaron algo más de una hora en sacarlo de allí, intentándolo primero por la vía amistosa y pasando después al intimidatorio y  más efectivo plan B. A eso de las cuatro de la madrugada, Ramón, algo más despejado y relajado por el efecto de un calmante inyectado en vena, prestaba declaración en las dependencias de la comisaría.

Podría decirse que todo había empezado en aquel mismo lugar de donde le habían obligado a salir, una noche de aguacero idéntica. Porque empezó a llover en tromba y el agua le sorprendió en mitad de la avenida, sin paraguas –como acostumbraba –y sin más lugar donde resguardarse que aquel cubículo transparente de la cabina de teléfonos. Una de esas de las de antes, cubierta de arriba abajo y con puerta plegable. La tromba era tal que desde el cristal Ramón era incapaz de distinguir la calle a dos metros de distancia. Dio gracias a la compañía de teléfonos por sus instalaciones especialmente diseñadas para salvarle la vida a cualquier ciudadano sin paraguas en caso de aguacero. Empezaba a gustarle la visión borrosa y turbia de la ciudad a través del cristal maltratado por la lluvia cuando la puerta plegable de aquella cabina se abrió y alguién irrumpió violentamente en el reducido espacio del cubículo.

- ¡Perdón! –Habló un malherido paraguas de lunares malva intentando cerrarse al chocar con Ramón. Probablemente no se había percatado de que la cabina de teléfonos tenía ya un habitante. Porque los paraguas de lunares malva tienen eso, que no miran dentro de las cabinas, son bastante despistados y nunca dicen eso de “¿se puede?” antes de entrar en sitios estrechos.

Detrás del paraguas parlanchín, una joven con el rostro húmedo y en él, una sonrisa de preocupación y timidez. Continuó luchando con el paraguas, obligándole a cerrarse, pero la lluvia lo había destrozado. La puerta volvió a plegarse y el paraguas salió volando en dirección a las fauces de la tormenta. Un relámpago que estalló en la avenida precedió al estruendo brutal de un trueno que hizo temblar la cabina y estremecerse a la joven.

- No te preocupes, hay sitio para dos. –Ramón se volvió para no darle la espalda a la desconocida. –Esperaremos a que escampe.

Un nuevo relámpago iluminó de nuevo el bombardeo de agua en las aceras, los coches y las farolas; después, el trueno ensordecedor dio paso a un apagón en toda la avenida. La luz de la cabina también se fue de golpe. Quedaron a oscuras, la lluvia, la cabina, ellos y algo más negro que la ciudad al otro lado del cristal.

 

- Pensará que estoy loco, sargento… pero se lo puedo explicar. –A Ramón le temblaba un poco la voz. El policía, al otro lado de la mesa, miraba en el ordenador los resultados de los partidos de liga de esa misma tarde, mientras que el declarante continuaba la descripción de los hechos.

                                                                                                                             Continuará… 

4 comentarios:

silvia dijo...

Hola!

Acabo de dar con tu blog... Interesante es la palabra!

Me pasaré...

Un besito!

luciasb dijo...

¿Recuerdas cuándo fue la última vez que usaste una cabina telefónica?

Ciudadano B dijo...

Bienvenida, Silvia. Y gracias por hacer esta ciudad menos deshabitada.

Pasea sin miedo, curiosea. Estas calles te tratarán bien.

Ciudadano B dijo...

En cuanto a ti, LSB... fue contigo la última vez que usé una cabina. En un carrefour, ¿recuerdas? Y no, no era cerrada como las de antes.

Saludos.