miércoles, 19 de agosto de 2009

Lugares comunes: hogares en construcción


Desde la azotea, un rebaño de grúas como velas en la tarta de cumpleaños de un septuagenario abuelo. Y debajo de cada una de ellas, un proyecto de edificio, esqueletos hormigonados de viviendas sin terminar, hogares sin alma ni tabiques. No hay ventanas, solo huecos. En algunos muros, yeso a medias, ladrillos y cemento en hileras horizontales que forman el coloso vertical… De cuando en cuando, y como único ápice de vida, latas de cerveza vacías por el suelo, colillas extremas de cigarrillos, un sombrero de paja. Cuando sopla, el viento pasa de largo.

El edificio Mirador[1] es uno de ellos. Pequeño, de sólo 12 viviendas, interrumpieron su cerramiento en la segunda planta. Las razones dan igual… quizá solo importen los efectos. Zona de expansión, avenidas grandes, plazas y jardines, buena comunicación con el centro de la ciudad. El anterior dueño del terreno no volverá a pasar hambre, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos... Hoy, el edificio –o su promesa –espera paciente a tiempos mejores, derrotado por un coitus interruptus en el que nadie tenía ni idea de técnicas tántricas. Ahora: todos con dolor de huevos.

Durante el día se oyen los ecos de obras cercanas con mejor suerte. Golpes metálicos, maquinaria de estrépitos, voces con cascos. De noche el panorama es muy distinto. Casi todo es silencio y oscuridad. Nadie pasea aún por esas avenidas a medio hacer. De hacerlo, y prestando atención, podría observar cierto fulgor en las ventanas del 2º D. Un zigzagueo lumínico.

Roberto tiene treinta y cinco y un futuro incierto. Él y Alicia son padres de Luis, de 5 años, y de Alba, aún por venir. Hace apenas unos meses, la cuadrilla de Roberto terminaba el cerramiento de las dos primeras plantas del edificio. Ahora, despedidos, desahuciados y desesperados, se esconden a la luz de las velas para tener un techo. Mientras buscan la solución, compran en el Lidl, viajan en autobús y se imprimen Currículums en casa de algún amigo, como cualquier hijo de vecino. Calientan latas en una cocina de camping y consiguieron un colchón de matrimonio que alguien desechó. De manera inexplicable, han conseguido ocultar su situación a sus padres. Un transistor a pilas les mantiene informados de la última evolución del Euribor, el precio de la vivienda y el descenso de la firma de hipotecas. Sobreviven con la paga del INEM de Roberto, que acabará antes de que llegue Navidad.

Hace unos meses, él, como su antiguo jefe, también intentaba construir un hogar.


[1] Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

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