viernes, 26 de noviembre de 2010

Caminantes y paseantes: homenaje al flâneur

Observa a la muchedumbre y se entristece. Hundidos en su aburrimiento y la rutina de cualquier miércoles, los ciudadanos cruzan pasos de cebra en tropel, desplazan sus cuerpos por las aceras buscando portales determinados y caminan apresurados hacia edificios de oficinas o instituciones públicas. En su desenfreno ordenado e impetuoso, de origen laboral o espiritual, todos olvidan la esencia. Por eso se entristece: entre la aglomeración y sus vorágines, la mayoría pierde la capacidad de observación y disfrute simultáneos, la aptitud para admirar las maravillas que la ciudad les ofrece. Inmersos en sus historias e histerias, toda la ciudad es desierto, un gris y vasto desierto para ellos.



Por una lado, piensa mientras los observa, diligentes e inconscientes de lo que les rodea, que tienen, en gran medida, suerte de vivir inmersos en esa inconsciencia. A ellos les daría igual cualquier ciudad del mundo, su forma de actuar no cambiaría. Para ellos la ciudad no les influye, las aceras de Manhattan son iguales que las de Munich, los portales de Birmingham son muy parecidos a los de Amsterdam y así sucesivamente. Y eso, en parte, les hace afortunados, ajenos a la desgracia del desarraigo. Todos caminan, ninguno pasea.

Por el otro lado, pensando en sí mismo, se sabe afortunado. A pesar del desarraigo. A pesar de que necesite la ciudad a modo de su Prozac particular. A pesar del spleen post-euforia después de cualquier paseo a la deriva por sus calles. A pesar, incluso, de este síndrome de abstinencia que le induce un estado continuo de dolor agudo y visceral.

Él, al menos, es consciente del espectáculo urbano a cualquier hora, de las extraordinarias imágenes, del show que esconde cada vuelta de esquina, de la magia que impregna cada piedra, cada substrato, consciente de que pasear a la deriva es uno de los placeres que la ciudad otorga.

Y desea tanto volver para dejarse llevar…

 (Foto: Paula B.)

3 comentarios:

jcarloscrz dijo...

Como ir de safari a la ciudad.. me vi en esa acera por un momento

Míster Fínger dijo...

vaguete, que seres un vaguete paseante

Ciudadano B dijo...

Vaguete o vagante... tal vez ambas cosas... no sé.

Un safari en el que somos, a la vez, los observantes y los observados, Charlie.

Abrazos a tutiplén.