Existirá siempre aquella décima de
segundo
que marcó el antes y el después.
La incluiremos en nuestra colección
de puntos de inflexión determinantes,
porque será imposible engañarnos
y hacer como si jamás hubiera sucedido.
Habrá que convivir con ese perder la
inocencia,
ese revés invisible, ese estrellarse contra
el sueño
y despertarse de golpe,
ese sentir el miedo de cerca.
Ya para siempre existirá el pequeño
decimal
que separa la vida sin conciencia de
peligro
y aquella repleta de fantasmas y
huracanes,
aquel instante que nos convirtió
en valientes a la fuerza,
héroes de poca monta
abocados a la guerra sin cuartel.
Un instante de lágrimas en tu móvil
y náuseas en mis nudos de garganta.
Existirá siempre aquella décima de
segundo,
que, grabada a fuego, muy adentro, nos
recordará
que esta cuerda floja nos mantiene en
equilibrio
de forma temporal y caprichosa,
que somos estrellas fugaces, Perseidas
tal vez,
partículas infinitesimales en
desvanecimiento,
que todo es tránsito, riesgo, azar, caos,
que incluso este poema de versos tristes
tiene también fecha de caducidad
[desconocida].
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