Aún no han colgado de los naranjos el
azahar,
ni de los balcones la primavera,
y el esplendor de Marzo todavía remolonea
en las penumbras y las esperas.
Se nos acumulan las necesidades
de sonrisas y flores, la astenia
nos ataca sin piedad
bajo los párpados y las pituitarias
y salimos a las aceras y las plazas
en busca del antídoto efectivo
que nos haga olvidar las tristezas.
Añoran los naranjos la flor y su perfume,
el bullicio de las terrazas y las
sombrillas,
las tardes que se prolongan más allá
de los cafés, el río, y las ganas de
cenar.
La gente se arremolina expectante,
ilusionada,
cuchichean entre ellos, nerviosos,
con sonrisas y estrellas en los ojos.
Saben que el milagro puede suceder
en cualquier momento, que sería trágico
parpadear y perderse
la primaveral explosión de la ciudad en
flor.
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