Sucede a ras de calle, se habla de ello en los aseos, en las Azoteas que desaparecen en el firmamento, en barras de bar, cafés-cineclub, y hasta en lavanderías. Ha empezado a llover literatura y se escurre por los tejados y cañerías, se desliza por las fachadas de edificios sedientos, salpican los charcos al paso de coches y motocicletas y niños con botas katiuskas. Cae desde muy alto, las nubes negras con sueños vuelan casi-casi por la estratosfera y se precipita sin apenas violencia, como acariciando, una lluvia suave y en la que a uno le gusta naufragar. Se nos cuela entre las baldosas sueltas de las aceras, en los buzones, se filtra por el asfalto hacia el interior, nos empapa el pelo, nos cala los huesos...
Inunda la ciudad.
Inunda la ciudad.
Desde hace diez años hay quien se preocupa en esta ciudad de sacudir esas nubes negras para provocar tormentas, las precipitaciones de prosas y versos, acercando la literatura al peatón, bajándola de ese pedestal en el que se le coloca a veces y poniéndole los pies en el suelo sin arrebatarle un ápice de importancia. Los responsables tienen nombres y apellidos pero se hacen llamar "Colectivo Iletrados". Llevan dando guerra diez años -¡diez!- que han dado para mucho, desde clubs de lectura, hasta recitales en lenguaje de signos, pasando -cómo no- por las 15 ediciones de su Manifiesto Azul, "fanzine de literatura e inquietudes varias".
Imagen de Anthony Méndez |
Gracias, iletrados, por permitirme/nos nadar en los charcos.
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