Llenan la
casa de risas y ruidos,
el sonido de
la compañía, las visitas.
Ocupan
habitaciones, inyectan de energía
los rincones
depresivos, los pasillos tristes,
los despistes
vespertinos, las almohadas.
Encantado de
hacer de mi hogar el vuestro,
de daros las
buenas noches, de que provoquéis
mis buenos
días.
Se
convierten los desayunos en fiestas,
las
meriendas en conciertos acústicos
con músicos
de orquestas en apuros,
las cenas,
los humos de la noche incendiada
en la
terraza de lunas llenas y Perseidas.
Disfruto de
compartiros los metros cuadrados,
el cuarto de
baño de invitados, las tostadas
de mañana de
resaca.
Es fácil y
recomendable acostumbrarse
a las tardes
de buenas compañías,
helados de
vainilla, los cables del portátil
cruzados en
la alfombra, y asombra
lo doloroso
de las despedidas.
Sin piedad,
vuestro vacío en el sofá
solo ha
dejado una nota colgada con imán
en el
frigorífico.
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