Hay algo que llama al regreso y, normalmente, es ella. La ciudad y yo mantenemos una necesidad recíproca. Yo la necesito a ella tanto o más de lo que ella me necesita a mí, como partes integrantes del otro. La ciudad se siente deshabitada cuando uno solo de sus habitantes se encuentra lejos, pasa lista, uno por uno, pone falta, no te olvida. Es algo que se clava y que, a veces, te obliga a reprimir alguna lágrima a golpes de llamadas telefónicas, palabras escritas, grandes esperanzas.
Al igual que la ciudad, el habitante también tiende a sentirse deshabitado, porque el asfalto, las calles, las esquinas que piensa son otras distintas a las que sus zapatos doblan. Cada paso que da tiene la certeza de que le acerca a ella; porque cada pensamiento, cada minuto cuenta... la necesidad de volver, el orgullo de pertenecer y permanecer pese a no estar, la capacidad de cerrar los ojos y estar allí, el lujo de los pequeños instantes, los días fugaces...
La ciudad duele.
Porque abro la puerta de la calle y no la encuentro. Subo las persianas, me asomo a los balcones, salgo a las azoteas, y ni el cielo ni las aceras me sesean.
Son días. Luego, se pasa.
1 comentario:
Jo, Álvaro de mis entretelas, qué grande eres... Tienes mucha razón, una vez más, pero es que encima emocionas mucho, jodío, tú y esa sensibilidad tan tuya, tan especial ¿cómo va esta ciudad a olvidarte por mucho tiempo que la dejes esperando tu vuelta?
Me ha encantado el texto, en serio, está lleno de fuerza, de belleza y como todo lo que escribes de una autenticidad casi imposible...
Me duele a mi también tu "no estar en casa del todo", me duele mucho, no sólo como amiga, sino como habitante de este espacio tan mágico que sabes siento también como lugar en el mundo. Córdoba es eso para nosotros, el castigo y la recompensa, la ciudad que está lejos pero que nos recuerda de donde venimos y quienes somos; no todo el mundo tiene un pedazo de tierra que le pertenezca, el vínculo parece el precio a pagar por sentirse parte de esta ciudad eterna, ilimitada, tanto que llega hasta tu balcón y lo toca, aunque cuando abras ya haya tenido que volver a su campiña.
Un lujo leerte, amigo mío
A.L.L.
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